¿Qué es El Testigo?


«El Testigo» es un diario surgido de la amistad entre personas observadoras que no desean renunciar a su capacidad de crítica, que frente a la ideologización de todos los medios de comunicación pretenden aportar un contenido, si no neutral, al menos honestamente consciente de sí mismo mediante el cual se puedan expresar ideas no recogidas en otros periódicos, semanales, etc., más preocupados por el negocio de la opinión, es decir, de su público objetivo, y por lo tanto susceptibles  de transformarse –por no decir perpetradores de transformaciones– en otro bien de consumo escolástico para el contento de los lectores. 

Si bien en «El Testigo» no creemos estrictamente en la neutralidad, porque vivir es estar comprometido, al menos, con el mantenimiento penoso de esta incierta forma de vida; porque aun cuando uno hubiese renunciado al cacareo constante de soflamas ideológicas todavía le quedaría poder deshacerse, asunto este imposible, del propio esquema ideológico mediante el cual renuncia a las soflamas ideológicas; sí creemos al menos en una renuncia explícita al proselitismo, a la impostura verborreica de quien cada vez que opina es para montar una empresa, comerciar con falsas honestidades que utiliza en beneficio económico o narcisista: el bien más preciado en este mundo es un acólito.

«El Testigo» no tiene otra pretensión que la sensatez, pero no una sensatez como aquellas regocijadas en una falsa objetividad prefigurada, mientras soterradamente dan pie a las tergiversaciones sistemáticas más evidentes. No tenemos otra pretensión, por decirlo de otra forma, que huir del lugar común; pero, por lo mismo, no porque creamos que lo contrario del lugar común sea la verdad, como si dijéramos que el lugar común equivale a la falsedad, sino en el sentido, más complejo de sostener, de no afirmar los lugares comunes, si no mirar hacia dónde estos nos señalan. Nosotros, como el aforista Nicolás Gómez Dávila decimos que «lo que el lugar común nos aporta es la evidencia de un problema, la incansable constancia de una interpelación permanente».

Es este sentido en que «El Testigo» se reserva la libertad de opinar fuera de coordenadas o esquemas ideológicos precocinados que sólo mancillan la inteligencia, que sacrifican el vértigo de los hechos cotidianos por la borrachera de afirmaciones sepultadas en dogmas. Un testigo, después de todo, no juzga la verdad de sus visiones, sino que se limita a compartirlas, a someterlas a la posibilidad del escarnio, arriesgando con ello su reputación o su dignidad.

Firma: El Testigo