Nadie se ha caído a un pozo


El mundo está lleno de pozos y de niños distraídos. Son pozos destapados, oscuros y profundos, y son niños intrépidos y agitados por la curiosidad. Cuando se cruzan uno en el camino del otro, el niño y el pozo abierto, es muy probable que ocurra una desgracia: de eso no cabe duda. Sin embargo, la desgracia en general es tan abundante y variopinta que uno se pregunta: "¿por qué los periódicos subrayaron esta desgracia, y no cualquier otra?". Lo cierto es que haría falta talar todos los árboles del mundo para imprimir un solo periódico que hablara de todas las desgracias que ocurren en un sólo día.

La tragedia es el pan de cada día: aparece continuamente en todas partes, de infinitas maneras y en infinitos momentos. No queremos resultar cínicos ni despiadados, sino sólo realistas: Julen es noticia por casualidad o por capricho, pero también existen otros cientos de miles de niños atrapados en sus pozos particulares. Es obvio que cuando una tragedia recibe cobertura mediática hay más posibilidades de que lluevan las ayudas, pero convendría darse cuenta de que el periodismo no puede funcionar como organizador de actividad humanitaria: primero, porque el espacio mediático es limitado, de modo que, si del periodismo dependiera, la grandísima mayoría de tragedias caería en el olvido. Segundo, porque el periodismo no es casi nunca bienintencionado, sino que sigue determinadas líneas ideológicas, intereses económicos de particulares, y simplemente se deja guiar por el apetito morboso de su clientela.

Así pues, el periodismo podría, en el mejor de los casos, ejercer una labor de apoyo, una labor informativa, o incluso realizar llamamientos a la solidaridad, pero no responsabilizarse por entero de la solución de ningun problema. Pero esto ni siquiera es posible: las noticias hoy buscan causar un impacto emocional en el lector antes que informarle o siquiera concienciarle acerca de algo. Aquí queremos hacer precisamente lo opuesto. Nuestro deber es dar la noticia de que las noticias, valga la redundancia, le están ocupando la cabeza con problemas cuya resolución nunca estará a su alcance y, por ende, le están convirtiendo a usted en una persona infeliz y frustrada. 

Imagínese que un buen día el telediario informase de la siguiente manera: "a su vecino del 4º piso se le ha muerto la hermana", o "hay un incendio en la calle tal y cual de su ciudad", o "el pescadero se siente feo". Entonces usted podría al menos ir a darle el pésame al vecino, correr a contribuir a sofocar dicho incendio y pasar a saludar de buen ánimo al pescadero, gastarle una broma y procurar hacerle sentir mejor. Es paradójico cómo cada día nos enteramos de toda una ristra de desgracias que ocurren a lo largo y ancho del mundo, y mientras tanto ignoramos las que suceden más cerca de nosotros, en nuestro ámbito más cotidiano. Ignoramos precisamente las desgracias en las que podríamos intervenir. 

La política, que se encuentra en muchos casos confabulada con el periodismo, emplea el mismo método carroñero: apunta con su discurso a los grandes desastres de la sociedad, ofrece vagas promesas acerca de generalidades con las que nadie puede estar en desacuerdo (porque no se sabe bien qué son), y olvida los problemas cotidianos de cada cual. Necesitan captar votantes, y sus propuestas están, por tanto, dirigidas a colectivos impersonales, no a seres humanos con sus vidas particulares sino a enormes cúmulos de intereses mareados e impotencias cruzadas. En este sentido, Jesucristo era mucho mejor político que los que tenemos ahora: sus palabras tenían alcance universal pero sus actos eran de absoluta inmediatez, y estaban orientados a solucionar problemas cotidianos: dar vista al ciego, curar al leproso, multiplicar los panes y los peces, convertir el agua en vino...

De este alejamiento de los focos de preocupación, surge, por ejemplo, la cultura de las redes sociales, en las que todo el mundo está irritado e indignado por una sobreexposición a problemas irresolubles, inabarcables o eternos. Las redes sociales son un hervidero de condescendencia: por orgullo, muchos actúan (tuitean, postean) como si supieran la respuesta de todos los problemas humanos, pero la frustración que genera la incapacidad de intervenir realmente en ellos les convierte en seres violentos, reactivos, carentes de toda paz e incapaces de prudencia. Nadie calla, esa es la única regla que se conoce y obedece. No se sabe aún si este es un estadío social previo a otro en el que realmente uno podrá intervenir en las desgracias emitidas por los medios de comunicación, o bien si se trata del preludio a una humanidad histérica, un gallinero apocalíptico de seres borrachos de catástrofe, indiferentes, con las orejas atadas a la boca, los ojos atados a la pantalla y una especie de risa que se confunde con la respiración.

Por el momento, la única noticia es que nadie se ha caído a un pozo o, mejor dicho: todos nos hemos caído de cabeza al pozo de las noticias, y el rescate es algo tan inverosímil como necesario.

el interior de un pozo oscuro con paredes de piedra
El pozo nos ha caído a nosotros

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