No quisiera ser
malinterpretado como un apologista de nuestras fangosas élites
culturales e intelectuales. Es más, precisamente quisiera expresarme
en sentido contrario. Estas élites siempre han cultivado la
nimiedad, promovido el letargo y raras veces ha sobresalido de entre
sus saturadas cabezas una aureola de genialidad. Pienso que lo único
democrático en el hombre es la propensión a la ruindad: esta
propensión se encuentra igualmente repartida en todos los ámbitos
posibles de nuestro mundo, y está expresada con asombrosa cordura en
el mito del pecado original. Evidentemente, el hombre es también
capaz de grandes triunfos, gentilezas y heroicidades, pero señalar
esto es muy poco edificante y sospechosamente reconfortante. Por el
contrario, yo prefiero subrayar la valiosísima intuición de que lo
malo abunda y lo bueno escasea. Y, siendo la democracia el gobierno
de lo que abunda, entonces comprendemos su naturaleza: el gobierno de
lo malo.
La democracia es un
reflejo de nuestras bajezas primigenias: se erige precisamente como
la promesa orgullosa de la erradicación de esas bajezas, pero en su
desarrollo no hace más que reproducirlas y aumentarlas. La
democracia es llamar voz al ruido. Es, como dice Platón, un caos con
aires de grandeza y una armonía decrépita e insostenible. También
G. K. Chesterton, transformando irónicamente el antiguo dicho, lo
enunció con impecable agudeza: pax populi, Vox dei. Es decir,
el silencio del pueblo es la voz de dios. O lo que es igual: si el
pueblo no se calla, no se puede escuchar nada verdadero.
Comentarios
Publicar un comentario
Comenta