Voten por Barrabás: el voto del miedo y el voto de la fe


Alienígena camuflado de humano dando un discurso
Imagen del film "The live" (1988, de John Carpenter)

En la entrevista que concedió Santiago Abascal con Susana Griso en su espacio televisivo, al ser cuestionado por la presentadora acerca de unas declaraciones de Javier Maroto, en las cuales expresaba que votar a VOX era ofrecer el gobierno a Sánchez, éste respondía «el que tenga miedo que vote al PP, y aquellos que tengan valor (…) que apuesten por quienes no tenemos miedo». La dicotomía no podría haberle salido mejor al líder de este partido. Específicamente, no obstante, el argumento del voto del miedo pertenece a la izquierda, quien llevaría décadas, siguiendo las declaraciones de Abascal, demostrando su falta de valor ante su electorado.

Pero no sólo se trata de falta de valor, sino ante todo de falta de un proyecto. El voto del miedo, que propagandistas de los partidos políticos izquierdistas con tanto empeño defienden, es la constatación triste de la falta de un proyecto socialista; realidad ante la cual los partidos políticos de izquierdas retroceden para atemorizar a los rezagados abstencionistas de la necesidad de vencer un enemigo común, de frenar electoralmente al fascismo. Que la izquierda requiera históricamente del voto del miedo mientras que la derecha hable de “valor” sólo puede significar una cosa: que la derecha no necesita el voto del miedo porque sí tiene un proyecto: un proyecto compatible con el sistema, cómodo, reconfortante... De este modo, mientras que la derecha supondría la representación del sistema, la izquierda sería su legitimadora por otros medios.  La derecha sería el heredero triunfal de la Ilustración, en lugar de la izquierda, que hundiría al hombre en el oscurantismo de las supersticiones. 

El fascismo como figura del miedo. Construcción social a fin de fortalecer la superficialidad de unos vínculos desharrapados. Con el argumento del voto del miedo no se trata tanto de ganar elecciones, de vencer al fascismo, como de colocarse en una situación moralmente favorable que dignifique una derrota que es, ante todo, una derrota más ideológica que electoral. Esta presunta movilización de votantes sería imposible si cada proselitista no tuviera la plena conciencia de su “bien” y de su “fracaso”. Cuando la izquierda habla del “voto del miedo”, de “frenar al fascismo”, “enfrentar a la ultraderecha”, etc., lo que evidencia principalmente es la necesidad de un amargo consuelo anticipado por su fracaso: la satisfacción del fracasado moralmente aceptable. Al colocar, además, al individuo que se abstiene como responsable de su derrota, como cómplice del fascismo, sitúa al abstencionista, en lugar de al propio fascista, como la figura diabólica a enfrentar; pues, más que abstenerse, conspira contra los buenos en aras a su disolución. El pecador debe ser reformado, pero si el pecador no quiere reformarse, entonces será condenado. Y es esta condenación lo diabólico. El argumentario se reparte así entre la idiotez y el dogmatismo. El enemigo del cristianismo nunca fue tanto el diablo como el pecador: al diablo no se le podía quemar.

Cuando Poncio Pilato advirtió que concedería un perdón, el público tumultuoso exigió que se perdonase al criminal Barrabás antes que al salvador Jesucristo. La parábola tiene múltiples connotaciones teológicas, sociales, políticas, etc,. Pero aquí queremos hacer constar únicamente, a este respecto, que no sabemos nada de la vida de este criminal tras su absolución. Barrabás se esfumó de la historia bíblica tan pronto como dejó de ser útil al argumentario. Así como un fantasma rara vez permite algo más allá de una visión repentina, Barrabás desapareció del ojo público para no volver a ser mencionado nunca más. Sabemos, sin embargo, que el Evangelio triunfó: lejos de corromperse con la muerte del Mesías, a causa de la absolución estúpida de un criminal común, el cristianismo consiguió con ello redondear metafóricamente su causa. No debería extrañarnos que aquel fantasma fascista presumiblemente contrario a la causa izquierdista sea en verdad su más potente justificación: el izquierdismo contemporáneo necesita el fantasma del fascismo porque no tiene ningún otro argumento que objetarle al sistema capitalista, un sistema que en teoría habría de resultar su enemigo fundamental, aun cuando en la práctica resulte meramente un aliado de su desidia. La política es, en este sentido, el oportunismo llevado a la sublimación de la pulsión de muerte.

Que Abascal hable de “valor” implica hacer énfasis en un poderío que habría que definir más como potencia de obrar que como capacidad de dominar; desde este punto de vista, sólo los impotentes necesitan dominar al otro, pues son los únicos que no pueden definirse a sí mismos más que a expensas de sus enemigos: con un ego secundario al protagonismo ajeno. Según el pensador alemán Friedrich Nietzsche, habría que buscar en este fenómeno de indefiniciones la causa del resentimiento. ¿Y qué otra cosa significa el argumento del voto del miedo, sino esta impotencia que induce al resentimiento? El miedo nos seduce. Mal se comprendería el miedo si no afirmásemos contundentemente esta verdad inapelable. Desde una perspectiva psicológica el miedo es semejante a la fe, pero allí donde la fe coloca una esperanza, el miedo opone una cruz. 

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