Zizek, Peterson y los libros que no hemos leído


Es fácil que un gran autor te cambie la vida cuando no lo has leído. No concibo otra manera para que un libro te cambie la vida: no haberlo leído. Claro que a menudo las personas se estremecen sensibleras, moquean, lágrimas candentes corren por sus mejillas, se consumen en divagaciones ñoñas y hablan en voz queda y temblorosa de los libros que supuestamente les han cambiado la vida. Mi opinión aquí es que el fenómeno es sólo aparentemente real: un testimonio no da prueba más que de que cierto fenómeno parece ocurrir. Podemos, de hecho, proporcionar una explicación intelectualmente más satisfactoria acerca del contenido de esta presunta realidad. Que un libro cambie la vida de la gente es sólo una verdad aparente: lo cierto es que son las personas quienes cambian los libros que leen para invocar en ellos ese aura que la nostalgia alimenta relatando una transformación espiritual que sólo ocurre en orden inversa a sus creencias. Cuando un libro nos cambia la vida lo que ocurre es que logra decir, de la forma más adecuadamente convincente en función a nuestras necesidades todo aquello que ya sabíamos previamente, pero que o bien no sabíamos que sabíamos o que nuestro propio conocimiento no se había dejado aún seducir por sí mismo. Esta es la única manera de ser cambiados por un libro que hemos leído: reescribiéndolo.

Pero, ¿qué sucede con los libros que no hemos leído? Para empezar, no es tan fácil como parece hablar de un libro que no se ha leído. Se necesita, en primer lugar, una gran autoestima o desesperación por el ridículo para hablar de un libro que no se ha leído.  En segundo lugar, si el libro o al autor propiamente dicho no lo hemos leído, al menos tenemos que conocerlo de oídas; de este modo, es una obviedad que cuanto más inteligentes sean las personas a las que les escuchamos opinar sobre un libro o un autor mayor altura alcanzará nuestra impostura. Podemos, como último recurso, recurrir a semanales, críticas culturales o enciclopedias físicas y virtuales para aprender todas las vaguedades que necesitemos acerca de un autor o de otro. Este era el método que utilizaba, por ejemplo, el escritor español Francisco Umbral cuando quería hablar de existencialismo francés, platonismo o la idea de la técnica en Heidegger. Repetir lo que se ha oído decir a otros suele dar resultado siempre y cuando se repita con la suficiente vehemencia y el oponente o el espectador no se atreva a confrontarnos, sea por temor a una respuesta colérica y humillante o porque no está seguro de habernos entendido.

Un buen ejemplo de autor que nos cambia la vida sin haberlo leído es el filósofo alemán Karl Marx.  En el debate del 19 de este mes que enfrentó a Jordan Peterson con Slavoj Žižek, el primero reconoció no haber leído a Marx salvo por su panfleto revolucionario “El manifiesto comunista”. Y aunque Peterson reconoció que sólo era un panfleto, seguidamente se atrevió a esbozar durante quince minutos una crítica al marxismo a partir del manifiesto comunista, el cual y como él mismo admitió no contiene ninguna de las ideas filosóficas más importantes del filósofo alemán. No supone el objetivo de este artículo señalar la cantidad de errores conceptuales o de simplezas que relata Peterson durante su primer turno, aquí nos limitaremos a ensalzar tímidamente su absoluta falta de vergüenza, su impudicia y desfachatez. Es admirable, sin exagerar, que un hombre pueda subirse a un escenario frente a una audiencia de miles de personas y reconocer que no ha leído nada del hombre al que está dispuesto a refutar. Quién ganó o perdió el debate es baladí. La pregunta no es quién ganó el debate ni tampoco quién lo perdió, sino quién demostró mayor gallardía, cinismo, impudicia, desvergüenza, en fin… quién demostró gozar de una más alta autoestima y competencia. Y es obvio que este hombre fue Jordan Peterson. No importa, porque no le importa a Jordan Peterson ni tampoco debe importarnos a nosotros, que Peterson quedase como un ignorante ante una gran audiencia, porque los mensajes no seducen en función de lo mucho que sabemos, sino  de lo bien que sabemos expresar aquello que desconocemos.

Karl Marx, como decíamos, es un hombre que te cambia la vida sin haberlo leído. Ya advertía el filósofo francés Albert Camus que al marxismo se llega, por lo general, sin haber leído a Marx, que una gran parte de los marxistas que él conocía no lo habían leído. Pero esto sólo es relevante en cuanto a los “marxistas”, lo cual es un tópico a mi juicio poco interesante. Existe un detalle menos reconocido en cuanto a los antimarxistas se refiere: que ellos tampoco han leído a Karl Marx. Un anticomunista, decía Sartre, es un perro. Quizá se refería al hecho de que los perros no saben leer, pero como al parecer los comunistas tampoco, es preferible comprender su frase en el sentido en que un perro es un animal tremendamente obsesivo, obstinado y obcecado. He conocido a varios antimarxistas de los que resulta evidente el hecho de que Marx les ha cambiado la vida sin haberlo leído jamás: todo su sistema de creencias, preferencias políticas, ejes ideológicos o impertinencias sociales se fundamenta en su antimarxismo: sus propios anhelos más profundos orbitan alrededor de esta condición política que se imponen: el ser anticomunistas. Para un anticomunista todo lo demás es secundario: no importa qué haga quién, qué piense, en qué crea, etc., mientras no parezca un comunista. El arquetipo del anticomunista no puede medirse en referencia a las categorías políticas e ideológicas cotidianas, pues el anticomunista no es necesariamente un liberal o un católico, el anticomunista sólo es un anticomunista, su apego a su propio rechazo es el indicativo de sus simpatías o antipatías políticas: se aproximará a aquel partido más anticomunista que encuentre, y se alejará del más próximo al comunismo. Me pregunto, a este respecto, si a Jordan Peterson el marxismo le habrá cambiado la vida tanto como a muchos otros, aunque nunca leyera a Marx o precisamente por eso.

Es imposible hablar de un libro que no se ha leído excepto cuando se conoce de oídas, como se ha dicho antes, de manera que es evidente que Jordan Peterson escuchó, al menos, hablar de Marx, si no es que se preparó el debate revisitando alguna enciclopedia. Yo podría, por dar un ejemplo, hablar como un lector promedio, aunque algo petulante, de las novelas de Paulo Coelho aunque no lo haya leído jamás. Porque de Paulo sé lo justo como para negarme a fundamentar mi crítica con una lectura objetiva. ¿Por qué iba a ser mi lectura mejor que la de tantos otros lectores más inteligentes que yo? Que Paulo es un pésimo escritor es una verdad intuitiva: casi podría decirse que nací con esa verdad. Yo nací sabiendo que no merece la pena leer a Paulo Coelho, así como otros nacen sabiendo que Dios no existe o que el pescado lleva mercurio. Es un instinto de supervivencia, como un don: Paulo Coelho es a la literatura lo que una lombriz a los pesos pesados de la lucha libre. Una lombriz también sabe enroscarse, pero sería totalmente inútil enfrentarla a un rudo luchador experto que rompe costillas y da volteretas. En cualquier caso, yo mismo no he visto el debate y realmente creo que no es necesario hacerlo: mucha gente más inteligente que yo me ha contado lo más importante: que Peterson no leyó demasiado a Marx.

Imagen promocional del debate entre Zizek y Peterson
Jordan Peterson vs Slavoj Žižek

Comentarios