La impotencia del activismo: acerca de la fetichización de la insignificancia


Las personas no quieren ni pueden lidiar con su impotencia –lo que equivale a decir que son doblemente impotentes. No saben hacerlo: cualquier simple e insignificante gesto, mediante el cual combatir o dulcificar una catástrofe, queda engrandecido precisamente por su insignificancia: será insignificante pero es todo lo que tenemos. 

Este recurso no es sólo una forma de conformismo, sino una fetichización completa de la insignificancia. El pensamiento del “bien posible” no opera conformistamente, porque conformarse implica la aceptación de una movilidad, a lo sumo, netamente inercial. La fetichización de la insignificancia comporta, al contrario, una reducción del campo de lo posible al territorio de las acciones individuales: una ilusión, en definitiva, de control sobre el futuro: cuando el porvenir no ilusiona más nos ilusionamos, todavía, con nuestras propias fruslerías. Así se define, además, lo imposible desde una perspectiva más amplia, que consume lo posible: como todo es imposible, debemos esforzarnos en los pequeños cambios posibles: acciones tan triviales que apenas representarían una mínima fracción de gota en un mar de oscuridad. Nos aferramos al simbolismo intrascendente del hábito: cualquier modificación del hábito lleva en sí, potencialmente, la semilla de una transformación mundial. La vivencia del hábito como caudal: cuantos más hábitos acaudalemos… Transmutación cualitativa por la cantidad. Pensamiento del clásico –y literario– avaro burgués.

El fetichista de lo insignificante cree que puede hacer algo: cree que está en su mano la realización de lograr algún cambio, pero lo cree a condición de que haga lo que haga esto no sirva para nada: derrochará todas sus energías en no hacer jamás nada valioso: en contagiar a los “otros” este virus del activismo fetichista. De esta forma ni se compromete personalmente –más allá de mundanas sensiblerías vanidosas del “parecer” espectacular– ni apuesta por transformaciones más profundas: niega el sentimiento de su impotencia fortaleciendo, de hecho, su impotencia auténtica.

Y la visión de la propia impotencia, sin escudos, disfraces ni profilácticos, ¿no resultaría liberadora?  Pensar la impotencia equivaldría, de algún modo, a romper con el discurso de la imposibilidad acomodada del activismo fetichista contemporáneo. ¿Qué es esto que “no” podemos hacer? ¿Y por qué? El fetichista sólo se plantea una cuestión: cómo puedo rebajar el desastre a mis guiños egocéntricos, de una superficialidad casi maligna.

pintura "el coloso" atribuida a goya pero de un alumno suyo, donde un gigante atraviesa las montañas tras una escena de personas huyendo espantadas
'El Coloso' atribuido a Goya. Aunque la hipótesis más fuerte
acerca de su autoría sostiene que lo realizó un alumno.

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