La guerra nos une: cuando el diálogo es imposible


Una mediocre verdad universal es que todo el mundo cree tener razón. Otra mediocre verdad universal es que, esta vez por pura lógica, alguien debe equivocarse, aunque en escasas ocasiones reconozcamos esa posibilidad de error: reconocer esta posibilidad de error implicaría reconocer que sería mejor si uno se reservase sus opiniones para momentos de intimidad menos multitudinarios en los cuales uno, por lo común, no se regocija tanto en dar sus opiniones. Cuando a la creencia de razón le sumamos, por añadidura, un espíritu ansioso por la dominación, el diálogo queda suspendido, se diría que incluso extinto: sólo permanece un diálogo en la medida en que, por decencia o hipocresía, se necesita encubrir esas ansias de dominación. La verdad cotiza como los diamantes: la verdad es una posesión de mercancías lujosas que anhelamos para satisfacer nuestra voluntad de poder.

La voluntades humanas luchan, en efecto, por imponerse las unas a las otras. En la medida en que ese combate, sea como dijimos por decencia o por hipocresía, necesita ser encubierto, existen multitud de argucias o estratagemas para disfrazar esa ansiedad primaria más propia, se diría ingenuamente, de anfibios o chimpancés que de seres racionales. Las éticas que guían a los pueblos y que los oponentes esgrimen en sus diálogos es el ejemplo más obvio de tan escabroso asunto: las éticas no son principios de razón, sino argumentos de autoridad. Los grupos apelan a la ética como los siervos a la palabra de un gran monarca. El argumento es fuerza: la lengua es látigo. Competimos por ver quién tiene más desarrollados –en la atrofia– los músculos de la verborrea. 

Es natural que los hombres enfrenten unas verdades con otras: la verdad es un relato con el cual nos definimos a nosotros mismos. Los conflictos no son sino duelos identitarios por imponer ese relato: el solipsismo nunca es individual sino colectivo. Incluso en el conflicto más pacífico que podamos concebir no existe un diálogo auténticamente cooperativo sino impositivo. Pero sería un error considerar que el deseo real de los grupos de individuos sea la absoluta aniquilación de los oponentes: su voluntad de poder no se fija por un objetivo de aniquilación sino de reafirmación. Lo que se desea no es triunfar, sino salir airoso. Se desea una victoria que permita ambigüedades y no obligue a hacer del enemigo una pura abstracción que no inspire belicosamente a nadie; o peor todavía, una victoria que obligue a buscar otro enemigo o a revivir perpetuamente al anterior. Es en ese sentido en el cual podemos afirmar sin escrúpulos que los grupos no se encuentran nunca en una auténtica oposición radical: se encuentran, más bien, en una convivencia dentro de esa oposición parasitaria: el que aniquila a su enemigo pierde, como se decía, la referencia mediante la cual él mismo se definía: toda victoria es un suicidio. Los grupos se sienten cómodos en el conflicto, razón por la cual los conflictos no se resuelven casi nunca, la verdad de su guerra o su disputa en solo aparente, pues existe una necesaria conformidad en el antagonismo. 

Cada grupo, por decirlo sintéticamente, lucha por imponer su identidad, que se define antagónicamente; cada definición tiene su relato, que engendra los argumentos éticos válidos e inválidos que se atacan o se ignoran: hasta el dolor es un artificio de la moral en bocas egocéntricas: dar pena es sólo un buen argumento. Que el enemigo sea invencible es, tal vez, lo mejor que nos puede suceder: es la promesa de la inmortalidad del alma, si acaso se me permite forzar un poco la comparación y esbozar una idea por ahora secreta en su encriptamiento. –Pues el antagonismo también se refuerza en la humillación: el rival impotente buscaría ser humillado para prometerse esperanzadoramente fuerzas de las cuales todavía carece. La humillación posee una fuerza recóndita: el humillado puede soñar. ¿Y qué son los sueños, sino formas de venganza contra la realidad y su vigilia? Un imperio eterno sería un perfecto mecanismo de engendrar sueños imposibles...




Comentarios