La vida en la ciudad es una rave a cámara lenta

Según un afamado experto en delincuencia juvenil y deterioro físico precoz, las raves son fiestas multitudinarias en las que se baila durante horas al son de una música aturdidora mientras se consumen drogas de toda clase para posponer la extenuación y relacionarse fugazmente con mentiras cósmicas, manteniendo al cuerpo sumido en una ilusión energética hasta la llegada de la policía. Ahora bien, lo que se preguntan los ávidos reporteros y pensadores del diario El Testigo es: ¿acaso no existen en una rave los mismos elementos que conforman la rutina diaria del ciudadano medio? ¿Acaso no es el ritmo de la degradación provocada la única diferencia entre estos dos sucesos? ¿No será nuestra vida entera una rave muy lenta que se va desplegando penosamente a lo largo de las semanas, los meses y los años?

    Se trata, en fin, de una diferencia de ritmos destructivos. Todo lo demás está ahí en ambos casos: venenos, éxtasis ilusorio, anulación sensorial, descoyuntamiento espiritual... Día tras día vivimos expuestos al extraño ritmo de aullidos metálicos, radiación, hipocresía y vapores tóxicos. Con los sentidos casi inutilizados, gesticulamos monótonamente, nos drogamos con lo que podemos y después del falso alivio nos sumergimos en el nuevo día. Nuestras emociones son abismos mutantes, no estamos a la altura de nuestras convicciones y nos convertimos en portadores de una fe violenta e imprecisa, y seguimos adelante sacudidos por el nerviosismo de un dolor remoto cuyo origen ni siquiera reconocemos. Por lo menos las raves terminan y la gente se marcha a su casa. La vida en la ciudad nunca termina.

    Ante la perspectiva de pudrirse lentamente en un mundo de abusos y mentiras, es comprensible que algunas personas prefieran acelerar el proceso de su destrucción y cambiar unos cuantos años por unas horas de desenfreno. Sabemos que se equivocan, pero tampoco tenemos demasiados motivos para sentir que somos mejores que ellos. Nuestra dignidad sería la del cojo que se ríe del paralítico.

    Se nos objetará que en realidad se trata de un asunto de higiene o de salud pública, y que no habría ningún problema si estas orgías no tuvieran consecuencias para los demás (para aquellos que eligen la destrucción lenta). Efectivamente, en El Testigo somos grandes amantes y estudiosos de las causas y las consecuencias, y en los últimos tiempos hemos observado cómo el virus ha establecido una conexión siniestra entre todos los sucesos que ocurren en la sociedad, justificando una especie de vigilancia global y simultánea: es necesario permanecer alerta, porque un mínimo gesto distraído podría provocar la muerte de otro. Si usted no se siente continuamente amenazado, entonces es un mal ciudadano. Y, por supuesto, las personas que más propagan el virus son aquellas con las que no estamos de acuerdo. La sociedad actual vive lo que podríamos llamar una plaga de consecuencias. Sin embargo, a la queja de estos bienhechores que piensan en la salud de los demás sólo cabe responder que las raves no son más que una manifestación particular de una frustración de fondo. Si consiguiéramos erradicar las raves, la frustración encontraría una nueva manera de aparecer en el mundo. Y con cada nueva alegría que inventa el diablo nuestro mundo se hunde más y más en la tormenta.






Comentarios