El motor del Bien son los bostezos

"Del cerdo, hasta los andares"

Proverbio.

"La revolución consiste en mirar una rosa hasta pulverizar a tu jefe".

Alejandra Pizarnik.


Todo lo que no se pueda hacer con parsimonia, lentitud, con el ánimo distraído y la imaginación ideando fantasías diversas, no merece la pena hacerse. Para mí es casi un artículo de fe: las cosas que pueden hacerse chapuceramente son las cosas que realmente nos hacen felices. Así desde la construcción de un reactor nuclear hasta el estudio de la obra de Gilles Deleuze: si tengo que esforzarme prefiero morirme.

    Podría objetárseme, o más bien acusárseme –lo cual es risible, acusar a un periodista, que es un mero servidor de la verdad– de convertir en ideal, por un lado, el espíritu indolente, liviano, líquido y descreído de nuestro tiempo; y por el otro, de convertir la carencia en necesidad, es decir, que si uno es un perezoso, doliéndose por ello, considerará que su pereza es consecuencia de sus creencias, búsqueda utópica de un sentido que demuestra, más bien, su naturaleza incompetente para afrontar ciertos problemas vitales. Es muy difícil escribir para lectores tan suspicaces, aunque estos lectores solamente estén en la imaginación del escritor. Pero seamos francos: ¿quién hay más suspicaz que yo para conmigo mismo? –por cada mano alzada con entusiasmo tengo una mueca displicente con que sentenciar la cuestión antes de pasar al párrafo siguiente. 

    (Sin embargo, en tanto que nadie me ha obligado a interpelar a este lector en lugar de a cualquier otro, asumo la responsabilidad de mis acciones: o continúo con el articulillo o le doy la razón a la mezquindad de este lector y rezo trece avemarías justo antes de que aparezca mi cuerpo despedazado en la Línea C-3 de Renfe. –Digo justo antes porque para el muerto el tiempo no existe y debo así trasladar al protagonista de la acción para que mi oración tenga un mínimo de sentido: pasado y futuro se deshacen en un único instante que es una eternidad enmudecida y probablemente nula–).

    En cuanto a las acusaciones, déjenme decirles que sus psicologismos baratos no podrían importarme menos. ¿Qué polémica se resuelve con discusiones acerca de las necesidades psicológicas de que tal o cual idea se exprese en una cabeza humana? Nada resulta más inútil que un psicologismo, pues los seres humanos, a lo sumo, podemos aspirar a ser chamanes veraces, intermediarios sesgados entre el hombre y la verdad, pero no existe nadie cuyas ideas tengan independencia absoluta de sus experiencias, parezcan éstas o no contradictorias con aquellas. Decir esto es no decir nada; peor todavía, es desacreditar una idea a través de las contingencias particularísimas del hombre que la enuncia. 

    Claro que, retomando por fin el hilo argumental de nuestro articulillo, la civilización nunca hubiera prosperado si todos fuéramos así de flojos, vagos, indolentes y esmirriados; pues tanto mejor, a esta crítica se le puede oponer fácilmente, por un lado, la noción del equilibrio –por cada antibiótico una bomba, por cada alunizaje un desahucio, etc.,– y por el otro, la inutilidad de todas las heroicidades humanas, que a fin de cuentas no dejan recuerdo más imperecedero que el de unos pocos libros de dudoso interés general y que la entropía no se detendrá a leer cuando disgregue el universo. No es que a mí la entropía me parezca un asunto de interés general, de hecho, todo lo contrario, la gente cuanto menos piense en la entropía mejor, pero puesto el hombre en perspectiva junto a la entropía, habrá que reconocer que la naturaleza no tutela ni aprecia demasiado nuestros esfuerzos cotidianos.

    Quizás, en un futuro, –y ahora trataré de fantasear un poco sobre el futuro, suponiendo que las esperanzas del presente, relativamente serias cuando se comparan a las esperanzas de la suma de todas las generaciones de seres que han fornicado y muerto a lo largo de la historia, se cumplan perfecta y honradamente– con la evolución de la robótica el esfuerzo de unos pocos entendidos y diligentes servidores de la Humanidad –por no decir del Capital, lo que es tristísimo, pero huelga decir que no es mi intención entristecer a nadie– lleve a una utopía de tranquilidad, paz y armonía, donde nadie se tenga que dedicar a tareas tan soeces como esforzarse por un salario o apostar por la perdición de tal o cual empresa. 

    Si quieren saber mi opinión, me trae sin cuidado, ya que moriré mucho antes de que ese mundo acontezca; por otra parte, sospecho de los tiempos sin conflictos, un tiempo sin conflicto es una pesadilla donde el dolor es despertarse por las mañanas; sospecho, además, de la codicia de los hombres, sobre todo en determinadas condiciones materiales, de sus buenos propósitos y de su desinterés; y sospecho, sobre todo, de la necesidad de que se sacrifiquen ciertas vidas a tal loable propósito, pues los hombres son muy frágiles, y a mí me apena que seres tan frágiles mueran hoy para que nietos egoístas y desconsiderados vivan mejor Mañana. Porque, ¿cuándo llegará ese tal Mañana? Y sobre todo, ¿es el concepto de Utopía –concebida aquí como expresión ideológica de las fantasías de un tiempo concreto– un subproducto del concepto, menos elegante, de alienación, la manera en que se moviliza capital humano so pretexto de un futuro irrefrenable, que siempre exigirá más y más y más? ¿Es ese así llamado Mañana, en realidad, mi Madre? ¡Se me parecen mucho! 


Escena de la película Tenet en la ópera
Escena de la película 'Tenet'

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