URGENTE: La verdad nunca puede ser noticia

La información está más lejos de la verdad que la propia mentira. Es posible que nos mientan mal y podamos descubrir el engaño, pero no es posible que nos informen mal, porque la información es el mal: un entorno en el que se presupone y se normaliza la mentira. Un entorno en el que la mentira nos causa expectación.

    Los efectos de la información sobre nosotros pueden ser devastadores. Vivir continuamente expuesto a medios de comunicación, redes sociales y chácharas políticas provoca desesperanza crónica, confusión, estrés, pérdida de inteligencia emocional, merma en las capacidades discursivas, ideaciones suicidas, homicidas y magnicidas, y episodios de violencia cosmofóbica. Para escapar del bucle informativo sólo nos queda empezar a creer en la verdad, la bondad y el silencio.

    Las más hondas certezas no rompen el silencio. Ni siquiera llegan a pensarse, porque no aluden a nada. No señalan, no se refieren a nada, son pura interconexión abismal y cumbres neutrales. Todo sentido profundo nos está vedado porque nuestra condición de Seres Alusivos es incompatible con la verdad. Los adictos a la búsqueda de sentido, es decir, científicos, místicos y filósofos, pueden sentir esto como un alivio o como un agravio dependiendo del estado de su pereza y de su orgullo, pero lo que digo no es más o menos cierto por las emociones que provoque, sino por su grado de proximidad para con esa verdad que acabo de declarar inaccesible (por lo que queda claro que mis palabras hubieran de ser verificadas por semidioses o periodistas extremadamente habilidosos).

    Las más hondas certezas no aluden a nada, y nosotros estamos hechos precisamente de alusiones concretas. Los Seres Alusivos se mueven porque tienen su razón de ser fuera de sí, y lo que se mueve no es verdad porque está estirándose hacia la verdad, y su condena es no poder hacerlo más que a través de la mentira. Todos los seres vivos somos Seres Alusivos, y para vivir necesitamos la mentira. Los Seres Alusivos somos en realidad fragmentos anhelantes de una totalidad inconcebible (e intransitable), y no sabemos más que atiborrarnos de múltiples encuentros con Lo Aludido, día tras día. La propia condición orgánica está repleta de patrones alusivos, a los que añadimos muchos otros que emergen de nuestras fantasías culturales o espirituales. Así saciamos la ilusión de contenido que siempre viene seguida por el regreso al deseo primigenio de aludir nuevamente: motor de nuestra existencia. 

    El barniz alusivo que por inercia aplicamos sobre la verdad es tan denso y, por lo demás, tan intrínseco a nuestro modo de conocer, que incluso bajo los efectos de potentes sustancias estupefacientes, aquel entramado cósmico que por momentos nos deslumbra no es más que una degustación de inmensidades, el capricho de exceder las magnitudes usuales, el sueño de la inversión de nuestra mediocridad, el baile de límites y el disfraz químico en el carnaval de las cenizas.

    Desde el orgullo satánico hasta el desprendimiento místico, pasando por una vida perfectamente insensible a cualquier tipo de elucubraciones, todo está sellado por la misma sed alusiva con la que escuchamos música, nos enamoramos, buscamos trabajo, matamos a alguien, se estremecen las bacterias, el árbol se extiende hacia el sol y palpita el corazón frío de los peces. La vida rechaza la verdad que obliga a buscar*.

 



Nota: debo reconocer que no existe modo de verificar mis intuiciones, pero esto que he escrito debe ser cierto, ya que todo lo impublicable ha de ser cierto.

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