Cómo lanzar una piedra lo más lejos posible

Ayer una expedición de periodistas de 'El testigo' desembarcó por fin en nuestras costas después de un largo viaje por el País de la Actualidad. Al principio se les confundió con inmigrantes ilegales, puesto que su embarcación era casi imaginaria y tenían un aspecto muy demacrado: barbas de náufrago, manos hinchadas y abstracción en los ojos, mezcla de hambre y de victoria. Se dejaron caer en la orilla como charcos de información, como sombras al fin abrazadas al cuerpo que las había estado proyectando. Las gaviotas los vigilaban con avidez, pero ellos todavía no eran carroña, sino sólo periodistas honestos intentando hacer su trabajo. Al verlos, los lugareños sintieron compasión y no tardaron en ofrecerles techo y comida.

    Entre sorbos de sopa y mordiscos grasientos, aquellos hombres -nuestros hombres- anunciaban sin cesar una gran exclusiva. Una primicia, decían mientras se hurgaban con un palillo entre los dientes en busca de restos de carne. Una bomba informativa capaz de sacudir los cimientos de nuestra civilización, repetían entre trago y trago. La multitud expectante se arremolinaba en torno a los reporteros comilones de 'El testigo', y los niños eran, como siempre, los primeros interesados. Por fin, el redactor jefe pidió silencio y pronunció su discurso:

    “Es cierto, venimos del País de la Actualidad: allí es donde los periodistas, sin saber ya con qué fin, recogemos las noticias y os las traemos para que podáis horrorizaros. Pero esta vez nuestro viaje ha dado un fruto inesperado, y hemos recogido algo que no se parece demasiado a una noticia, sino que pertenece más bien al género luminoso de las verdades incuestionables. Hemos pasado meses vagando por tierras inhóspitas, enfrentándonos a los vapores venenosos y a las bestias salvajes. Pero un día, en lo alto de una montaña, encontramos a un viejecito que vivía en una cueva, y este hombre sabio supo poner fin a nuestras deambulaciones y nos explicó la verdad.

    La verdad es sencilla. Se podría decir incluso que la verdad es fisiológica. Pero no nos bastamos por nosotros mismos para acceder a ella. Ni siquiera podemos alcanzar la verdad mediante la cooperación humana. El hombre es una suma de sueños y vicios sin respuesta, y para llegar a la verdad debemos abandonar al hombre, o al menos debemos intentarlo. Necesitamos la ayuda de un objeto inerte: algo que no podamos torturar, algo sobre lo que no podamos frivolizar porque ya está frío. Algo mucho más anciano que nosotros, algo mudo. El objeto idóneo es una piedra: una de pequeño tamaño y fácilmente transportable. Casi cualquier piedra que podamos encontrar por el suelo será perfecta para nuestros propósitos metafísicos.

    En el suelo hay piedras a raudales, y todas ellas son peculiares. Igual que cuando uno espanta un grupo de palomas algunas levantan el vuelo y otras se alejan caminando debido a las diferencias individuales y a las experiencias previas de cada paloma, las piedras, aunque no puedan huir de nosotros, también poseen individualidad y memoria. Con el debido entrenamiento uno comprende que tampoco es posible la democracia en el mundo de las piedras: no todas las piedras son iguales ni tienen las mismas capacidades. Hay piedras con formas más pensativas, piedras atléticas, piedras equilibristas y piedras rabiosas. Debemos escoger para nuestro propósito la piedra más adecuada, siempre que quepa en la palma de nuestra mano. Si queremos usarlas para meditar, lo mejor es escoger formas redondeadas. Si queremos practicar el lanzamiento de piedra (ejercicio sublime que explicaré luego), la forma que más se presta a ello es la de una piedra plana, como un pequeño disco. Finalmente, si nuestros propósitos son criminales, la mejor piedra suele ser irregular y afilada.

    Como nuestra relación con las piedras es compleja y accidentada (y habría que aclarar que no siempre conduce a la verdad, sino sólo cuando estamos absolutamente dispuestos a ello), explicaremos únicamente una de las muchas vías que constituyen la sabiduría Verípetra: el lanzamiento de piedra al infinito. Se sobreentiende, por cierto, que la piedra no será lanzada contra nada en concreto, sino hacia un lugar indeterminado de la inmensidad que se esconde ante nosotros. Cualquier intención de que la piedra "acierte" de algún modo interfiere con el lanzamiento y pervierte su poder. Lo que se busca es un lanzamiento puro, una simple ambición de lejanías por la cual se purgan todas nuestras otras ambiciones tramposas y marchitantes. Como ya se ha dicho, la piedra ideal para este ejercicio místico tiene forma aerodinámica: achatada y preferiblemente plana, con bordes lisos. Pero no hay que ser exigente con las piedras. Cualquier piedra que cumpla remotamente alguno de estos requisitos será válida para el lanzamiento.

    En un solo segundo de lanzamiento se comprimen varios sucesos de crucial importancia: el agarre de la piedra, la postura corporal inicial, la ruta de esfuerzos musculares, la mirada del lanzador, el vector de lanzamiento, el momento de liberación de la piedra y contemplación del vuelo.

  1. La parte chata debe mirar hacia fuera de la palma de la mano, es decir: hay que coger la piedra de canto, como cuando se quiere lanzar a un lago para verla rebotar sobre el agua. La piedra debe encontrar su punto de apoyo principal en la yema del dedo índice, y apoyarse en su extremo opuesto en el músculo lumbrical (o el aductor del pulgar, dependiendo del tamaño de la piedra), y es la yema del dedo la que determinará su trayectoria al final del proceso.

  2. El lanzador se situará de lado, con el hombro del brazo que no va a lanzar la piedra mirando hacia el lugar al que quiere apuntar. Sus piernas estarán semiabiertas y los brazos relajados.

  3. La fuerza del lanzamiento, por extraño que parezca, tiene su origen en la pierna del lado del cuerpo con el que se va a lanzar, y continúa su ruta por la espalda. La espalda potencia esa energía original con una torsión brusca en la que el cuerpo queda por fin de cara al lugar al que se arrojará la piedra. Finalmente, la fuerza llega al hombro, que la canaliza y empuja hacia el brazo relajado: se produce un efecto de látigo, y el brazo añade un último impulso hasta que toda la fuerza se concentra en la mano. Es entonces cuando la piedra se convierte en un proyectil.

  4. El lanzador debe siempre dirigir su mirada hacia el lugar al que quiere lanzar la piedra, es decir, el vector de lanzamiento imaginado en el cielo. La puntería puede fallar dependiendo de mínimas variaciones en la ejecución de los pasos anteriores, pero en ningún caso se debe mirar la piedra o cualquier otra cosa que no sea el destino de la piedra.

  5. El vector de lanzamiento ideal varía según la trayectoria que queramos contemplar. Las parábolas son hermosas pero una parábola demasiado pronunciada puede hacer que nuestra piedra no llegue todo lo lejos que podría llegar. Generalmente, el alcance óptimo se consigue con un vector de lanzamiento ligeramente inferior a los 45º respecto del suelo.

  6. La piedra debe, literalmente, “liberarse”, es decir, no es necesario imprimir ninguna fuerza adicional con la mano una vez que el proceso muscular ha llegado a su límite, puesto que los músculos de la mano son mucho menos potentes que los usados anteriormente, y además podrían provocar variaciones en la trayectoria esperada. La mano se usa para apuntar. En el momento preciso en que soltamos la piedra debemos estar señalando con el dedo índice al lugar al que queremos que vaya, y liberarla en ese momento, con el brazo lo más extendido posible y la mano en el punto más lejano a nuestro cuerpo (soltarla antes o después de este punto también povocará variaciones en la trayectoria). La tracción debe sentirse en el hombro.

  7. El momento de contemplación final es indescriptible en términos técnicos, pero es a la vez el más importante de todos.

    Por supuesto, no tiene sentido pensar en todas estas fases durante el momento del lanzamiento. Se trata de un solo movimiento natural, y la mejor forma de perfeccionarlo no es tratar de aplicar conscientemente y paso por paso lo dicho anteriormente, sino practicar una y otra vez.

    Aquel viejo esquelético nos dio a todos una lección al arrojar una piedra hacia el sol. Nunca la vimos caer. Entonces supimos que nosotros éramos como esa piedra, en vuelo técnicamente eterno y lanzado por un escuálido personaje de inesperadas aptitudes. Y desde entonces todos nos juramos empezar a dedicarnos a lo que es de verdad importante. Y si tenemos que pasar la vida huyendo de personas vanidosas que pretenden en su vida hacer algo más que lanzar una piedra lo más lejos posible, lo haremos con gusto. Huiremos de toda aspiración humana.

 




 

Comentarios

  1. Muy Guapo, a la proxima me puedes explicar como lanzar una paellera, Gracias y saludos cordiales

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