Valentía de la inexistencia

El próximo Martes 4 de Mayo se celebrarán elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid y en la redacción de 'El testigo' queremos aprovechar la coyuntura para explicar a nuestros lectores por qué no informamos a tiempo de esta noticia (ni de muchas otras), y por qué todas las semanas hay noticias que se consideran de suma importancia y de las que nosotros no hablaremos nunca.

    Dicho llanamente, en nuestras humildes oficinas hay demasiado trabajo, y no podemos andar prestándole atención a cada una de las ocurrencias de la sociedad. Si tuviéramos que estar siempre al tanto del último capricho de las multitudes, viviríamos persiguiendo una sucesión de confusiones que, por lo demás, es interminable. Además, ceder a la sensación de importancia de tales adyacencias históricas sería todo un derroche espiritual, y estaríamos sacrificando con ello nuestro propósito más profundo: encontrar una verdad que no nos necesite, pero que nosotros sí necesitemos. Porque 'El testigo' es un diario decente que se preocupa por la sabiduría de sus lectores, no por su opinión respecto de un asunto particular sino por su conmoción más cristalina: aquí se buscan revelaciones hasta en la sección de deportes, y hasta el último reportero se desvive en busca de noticias verdaderamente importantes. Noticias sagradas. Por eso, dadas las preferencias metafísicas que impone la línea editorial del periódico, tendemos a desatender las contorsiones históricas de la humanidad (que, por lo demás, son de una monotonía pretenciosa y de una oquedad somnífera). 

    Lejos de frivolizar con la injusticia y la miseria humana, nuestro anhelo más ferviente es, más allá de la simple bondad cotidiana, depurar la visión parcial y autoindulgente que solemos tener de nuestros desastres, para poder así abordarlos o al menos comprenderlos en su raíz más profunda. Si existe en alguna parte una sensibilidad común e inequívoca capaz de disolver la hilera de ilusiones ensangrentadas que componen la historia humana, no le quepa duda a nuestro lector de que los reporteros de El testigo le siguen el rastro. Mientras tanto, toda difusión de sucesos aislados contribuye con las dinámicas de oposición identitaria y es, por tanto, mero frenesí, penumbra y burbujeo de la masacre que se repite a lo largo de los siglos y los milenios. Todo énfasis discursivo es distribución de la negrura. Por ello, nuestro periódico no sólo se opone a la publicación indiscriminada de noticias, sino que se opone a la existencia misma de los periódicos, con lo que se convierte en la primera institución humana en comprender que el camino hacia un mundo mejor pasa por su propia destrucción. La inspiración más alta se desata en nosotros cuando no hay medios para expresarla. ¿Acaso no hemos sentido todos un respingo de profunda vitalidad cuando alguna red social deja de funcionar, cuando se estropea Internet o cuando simplemente nos callamos? ¡Valentía de la inexistencia!

    ¿Qué es mejor, ser el primero en distribuir la mentira o el último en conocer la verdad? O, dicho de otro modo, ¿qué es preferible, estar en la vanguardia de la estupidez o entre los rezagados de la iluminación? ¿Ser habitantes de la sombra o intrusos en la luz? Todo esto nos parecen preguntas de lo más legítimas y dignas de un periódico decente que sueña con la clarividencia de sus lectores. Si reprimimos nuestra vanidad por un momento, nos daremos cuenta de que esa es precisamente la disyuntiva en la que se encuentran quienes viven en los núcleos de la civilización, es decir, quienes están expuestos al vórtice del Mal: o ser los primeros de entre los demonios o ser los últimos de entre los ángeles. Todas estas cuestiones fluyen fijamente por nuestra sien y, en lo que nos concierne, parecen apuntar a la siniestra intuición de que el periodismo entero y todo lo relativo a la comunicación de masas es resultado de una impaciencia colosal, multitudinaria, criptomnésica, etcétera.




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