Adicción, obsesión y amor

Estar flotando en una nube llena de buenas esperanzas y sentimientos limpios, puros, llenos de la más grandiosa dicha. Mientras te acurrucas en el corazón de un hermoso pájaro gigante, alimentándote solamente del cariño, las caricias y de todos los delicados sentimientos que puede albergar alguien al que amas... Y de súbito, lejos de todo este idilio, una frenética guerra entre la cordura y la negación de todo lo que fluye espontáneamente: una salvaje enfermedad hacia alguien que te hace perder por completo el norte y te sumerge en una soledad embriagantemente dañina, neurótica y atroz. Una inexplicable adicción. Y luego los auténticos problemas de la intensamente sublime, imperdonable y fortísima obsesión. Un esquema que nos muestra cómo toda la belleza del mundo del amor se puede corromper, convirtiéndose en febril y fría adicción o en histérica y sangrante obsesión. Mientras que una son las lágrimas por la inexactitud y la necesidad de completarse con alguien, lo segundo es sudor frío al descubrir que todos tus esfuerzos serán inútiles y que no lograrás nunca completarte junto a esa persona elegida. Una es una utopía, y lo otro una gran mentira.

    Por un lado, la correspondencia, confianza y complicidad entre dos personas pueden alimentar un alma dañada, haciéndola incluso rejuvenecer y curarse. La adicción a todo esto puede significar el enfermar de la mente y la propia decrepitud de los sentimientos. Y del mismo modo, cuando esta enfermedad se extiende y no quedan impulsos para enfrentarse a todo ese desastre sólo se puede caminar cabizbajo sabiendo que en el nido del gran pájaro del amor ahora hay un animal rabioso y hambriento de cualquier tipo de olor de alguna persona extraviada entre el limbo y el destierro. Por otro lado, la obsesión comienza cuando se alejan dos personas y entre ellas nace un hijo maltrecho y moribundo: un residuo de amor y trágica atención. Cuando una persona empieza a crear hilos obsesivos hacia otra no hay forma de poder liberarse del embrujo a menos que sea lo suficientemente fuerte cómo para romper con todas sus creencias, sentimientos y valores. Ya que la intoxicación por obsesión suele ser tan sutil que para cuando somos consientes nos encontramos mendigando trozos de esa persona. Allí cuando como pordioseros buscamos algo que nos acerca a ella... en ese instante ya somos partícipes de la obsesión. Es muy complicado salir de todo este mundo porque se nos presenta completamente lógico y natural. Como si nuestro último aliento sobre la faz de la tierra fuera acercarnos a alguien.

    El amor es una cuestión filosófica mucho más extraña todavía, sucede no sólo cuándo dos personas se corresponden, sino también cuando una sola persona corresponde a otra persona que no corresponde absolutamente nada. Sin reciprocidad. O dicho de otro modo, nos gusta corresponder al vacío porque el vacío nunca miente sobre sus intenciones... cuando alguien ama a otro ser, en teoría, ya existe amor. La principal diferencia entre el sufrimiento por amor y la obsesión es que el primero deja tan débil a la persona que apenas puede luchar por el amor que siente. Mientras que el segundo, al haber (por lo menos en algunos casos) participado del propio hecho del amor, se ve alimentado por un futuro que nunca existirá. Esta gente se alimenta con ideas perfectas, sueños, y recuerdos; aunque no son nostálgicos porque nunca vivieron nada real. Son, por lo tanto, devoradores de espíritus, y de algún modo buscan devorar el alma de su víctima. La gente obsesionada con otra persona no hace más que buscar formas de acercar dos cuestiones que no pueden acercarse. Por un lado, una obsesión no es más que amor propio intoxicado con amor, mientras que por otro lado, la víctima no es más que un recipiente de arrogancia, y deliciosa pero peligrosa seducción. Ningún obsesivo está loco, ni tampoco ninguna víctima es inocente. Los dos tienen culpa en los entresijos del amor compulsivo. Haberlo pensando dos veces antes de rendirse ante la mugrienta infamia del auténtico amor humano, patéticos bichos.

    La adicción es un asunto de principios. Nadie se hace adicto a otra persona por compromiso, sino porque se lo exige su propia concepción del amor. Muchas veces distorsionada. Estar adicto a una persona sólo representa una faceta del individuo. Una aceleración en el pulso de su propio cerebro, en sus actos, en su bondad, en su frenético amor desbocado. Necesidad y enamoramiento. Más necesidad que otra cuestión en concreto. La necesidad de seguir alimentándose del amor del otro individuo. No existen registros claros de cuándo una adicción se convierte en obsesión, ni tampoco queda en evidencia que sea una transformación de un elemento a otro. De hecho, se cree que la adicción a otro sea una característica propia de gente muy fuerte emocionalmente, el conocido mal del amor intenso. La adicción, lejos de parecerse a la obsesión, encamina un rumbo lleno de debilidades y dudas. Ya que tanto el adicto como el obsesivo tienen en común esa distancia dolorosa con una persona ideal. El primero porque no recibe toda la atención que desea, el segundo porque no recibe ninguna atención en sí. La radical diferencia está en que el adicto flaquea, duda, pierde y dolorosamente empieza a entender que hay una brecha de sentimientos que nunca podrá llegar a equiparar. Mientras que el obsesivo no duda, ni flaquea, ni tampoco se cuestiona ninguna cosa, ya que su obsesión le ciega de la derrota y le hace ver sólo el fin último de sus deseos, como bien hemos dicho: una utopía.

    ¿Son culpables tanto el adicto como el obsesivo de alguna manera? Sí, claramente lo son. Pero de lo único que realmente son culpables es de dejarse enamorar por alguien que no era auténticamente absoluto. ¿Acaso el único enamoramiento que debería existir es entre los humanos y Dios? ¿Y qué queda para el ser humano sino sólo los celos? O dicho de otro modo, los celos es el único sentimiento saludable del ser humano. Porque tanto como si participa en una relación recíproca o no, también significa que existe una distancia prudencial entre ellos. Los celos son una forma de autosabotaje, es cierto; pero también es una forma de sufrir en silencio. Lejos de contados casos de asesinatos movidos por los celos, muchas personas no llegan a este extremo. Los celos son la envidia del amor. Y la envidia es el motor del odio, y el odio la única cuestión irreprochable en el ser humano. Si una persona sufre por celos debería considerarse afortunada, porque no sufre una adicción, ni tampoco una obsesión. 

    ¿Qué significa hacer el amor? Entre otras cosas sabemos que es cuando dos personas se entregan a sí mismas y comparten un momento de intimidad, burlas, vejaciones, maltratos, escupitajos, arañazos, insultos, necrofilia y desenfrenado placer. Pero, ¿significa algo más allá del simple hecho de copular? Esta entrega entre las dos personas puede ser el desencadenante de todos los males relacionados con el amor. Desde la trágica adicción hasta la dolorosa obsesión. Y de hecho, es la única responsable de los problemas entre seres humanos. Una resolución inconclusa del hecho de hacer el amor puede llevar a un cataclismo mundial. Por ello, desde El Testigo, estamos a favor de la abstinencia sexual, y de cualquiera de sus formas de masturbación, incluido el aborto.


«Satán, el antagonista» por Gustave Doré

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