Cuando no quedan objetivos a los que disparar

Cuando el ciudadano medio haya visto resuelto su apetito innato de erradicación humana se verá frente a esta cuestión: ¿Qué hacer cuándo has cumplido todos tus sueños, y del mismo modo, te has cargado todos los objetivos que tenías previstos para tu vida en general? ¿Qué hacer cuándo ya no te quedan objetivos a los que disparar?

    Desde un punto de vista conservador, cumplir con nuestros objetivos para la satisfacción personal puede ser una de las formas de auto-realización humana por excelencia. No obstante, no sería la más deliciosa. Así pues, desde otro punto de vista, el hecho de aniquilar uno a uno todos los objetivos que teníamos para nuestra vida puede suponer el inicio de una ola de crímenes por toda la ciudad. Después de todo, no queda mayor crimen que hacer llorar a un niño. Y si todos, en el fondo, somos niños, lo tenemos bastante complicado. La erradicación de la humanidad empieza por la erradicación de los objetivos de cada ciudadano. O dicho de otro modo, de lo valioso. Es decir, de la matanza de los valores.

    Nos vemos de pronto envueltos en una cuestión filosófica: ¿Qué se debe hacer cuándo el ser humano se ha saciado todo lo que tenía que saciarse? ¿Existe un más allá de la muerte del apetito? ¿Cómo actúa un individuo que carece de objetivos reales sobre el mundo y que se encuentra aislado de toda humanidad puesto que participa de la negación de lo material? Hablamos no de un iluminado, sino de un auténtico elegido. Pero esto no es tan fácil de explicar a ciencia exacta. Un muchacho con una escopeta en un descampado, lejos de la ciudad. Apuntando a objetivos imaginarios que son objetos reales y palpables, y por ello, importantes como elementos de satisfacción de su propia necesidad humana.

    La propia corrupción del individuo, los ojos en blanco buscando ansioso un nuevo organismo que aniquilar.  Sólo después de alimentarse de todos los cadáveres que alguna vez fueron parte de su memoria. Del mismo modo, cuando un individuo se ha visto lleno de despropósitos, o cuando se ha visto con ausencia de propósitos (no tanto porque los haya cumplido sino por mala praxis), puede suceder que esa persona quiera cometer suicidio o, algo más constructivo para la sociedad, una matanza en grupo.   

    Cuando no queden más objetivos a los que disparar sólo tendremos que dispararle a lo similar. Juntar equis con equis y zeta con zeta. Empezar a ver en el resto de la gente las dianas imaginarias de la libertad espiritual. Redentores de ocasos vacíos. Cuando hayamos suplido las necesidades humanas y sólo queden cansancio, desdén y aburrimiento... (esto es lo realmente alarmante del asunto). ¿El aburrimiento te puede volver un depredador? Si no hablamos de algo cuantitativo y lo suficientemente llamativo como depredadores de gente, hablaríamos de, en su metáfora, gente asesina de objetivos. Es decir, ciudadanos decididos y dedicados a erradicar las esperanzas de la propia humanidad. Distorsionándolo todo de tal forma que no quedarían rostros familiares libres de dolor, agonía o pecado.

    Entonces, ¿qué hacer cuándo el aburrimiento de haberle disparado a todo nos sobrecoja? Claramente, seguir disparando. Porque si hay algo en lo que el ser humano común es bueno, es en ensuciarlo todo con su propia sangre, destrozarlo todo, aniquilarlo y mancillarlo con su aliento, voz, interpretación y lamentables ejercicios de actitud periodística. Una vez disparado, sólo seguirá en el camino el que haya decidido disparar una segunda vez. Y así sucesivamente, hasta que no quede nadie en pie.



fotografía de Hunter S. Thompson con un revólver
Hunter S. Thompson


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