Diferencias entre 'secreto' y 'contraseña'

En el desempeño diario de nuestra labor periodística, los reporteros de 'El Testigo' tenemos que sortear todo tipo de obstáculos que amenazan con impedir nuestra misión. Algunos de estos inconvenientes son simples elementos del terreno, estorbos inertes tales como puertas cerradas, agentes policiales, enormes rocas que nos vemos obligados a rodear, ríos caudalosos, y un largo etcétera de conflictos materiales que, por suerte, todavía no nos han causado mayores problemas. Por otro lado, también nos encontramos a menudo con obstáculos vivientes: perros guardianes, linces esquizofrénicos, porteros, guardaespaldas y, en definitiva, prohibiciones vivas, ante las que el peligro es mayor por el sencillo hecho de que están vivas, y la vida confiere a estos seres la posibilidad de abalanzarse sobre nosotros. Los reporteros de 'El Testigo', por una mezcla de astucia, suerte y cobardía, han salido airosos también de todos estos lances. Sin embargo, en este artículo queremos tratar una tercera clase de obstáculos que son, con diferencia, los que más disgustos nos dan y los que más inquietud nos provocan. Hablamos de los obstáculos espirituales (o virtuales, para los incrédulos), y más en concreto de dos grandes grupos: los secretos y las contraseñas. Hablamos, por tanto, de lo críptico por excelencia. El lenguaje cifrado, con propósitos reveladores o simplemente laberínticos, pero siempre ocultos. Todo el mundo en algún momento de su vida se debe haber encontrado con un quebradero de cabeza de este tipo. Así pues, en 'El Testigo' trataremos de desentrañar la naturaleza de dichas barreras etéreas para brindar esa posible diversión y esa dudosa sabiduría a nuestros lectores.

    Cuando creamos una nueva contraseña en Internet, lo que se nos pide es una fórmula que contenga la mayor cantidad posible de elementos imprevistos. Se diría que la contraseña ideal minimiza la intervención del significado en una expresión. De hecho, si hacemos una descomposición etimológica de la palabra "contraseña" obtenemos por separado las cláusulas -contra y -seña, es decir: lo opuesto al signo. Aunque la pereza o la indiferencia puedan hacernos echar mano de recursos cómodos y más favorables a nuestra memoria, el resultado óptimo de una contraseña sería un conjunto incongruente de números, símbolos, letras minúsculas y mayúsculas: cuanto más imprevisible, más difícil es de adivinar. En resumen: la contraseña, cuanto más arbitraria, más efectiva. Además, cuanto más difícil de adivinar para el usurpador, más difícil de recordar para el guardian: el ideal de la contraseña es su propia anulación memorística en beneficio de la abstracción protectora: ninguna contraseña individual está obligada a sobrevivir, sino al contrario, a desaparecer, para beneficiar a la supervivencia de la especie "contraseña"

    Si bien en términos de seguridad estructural (tanto si se trata de ciberseguridad o simplemente de impedir el acceso de agentes externos a determinado círculo de información) tiene todo el sentido del mundo aprovechar dicha arbitrariedad en nuestro favor, en el mundo espiritual, en el mundo de las intrigas del alma, el lenguaje de las contraseñas invita a la incoherencia y la extorsión semántica, y creemos que puede llegar a ser altamente pernicioso, e incluso empujar la mente al interior de un abismo delirante. Mientras la mente se debate en estos umbrales del conocimiento, es especialmente vulnerable debido a los automatismos que se desatan en ella en el momento de no comprender algo que se intuye susceptible de ser comprendido. Presa de su propio afán resolutivo, la mente es susceptible de adoptar involuntariamente toda clase de certidumbres impulsivas que, una vez terminado el trance de la incomprensión, se solidifican en forma de intuiciones sutiles e incluso terminan derivando en variaciones comportamentales. No es de extrañar, por tanto, que muchos personajes oscuros, conocedores del poder sorpresivo que tiene el misterio, se sirvan de artimañas seductoras para ganar influencia sobre nosotros, y que lo hagan presentando paradojas como si fueran verdades, y contraseñas como si fueran secretos. Al fin y al cabo, nos hiere el orgullo encontrarnos repentinamente con lo que parece ser nuestra ignorancia, y es por eso que mordemos el anzuelo. El problema es que quizá aquella brillante y sabrosa oquedad a la que le hincamos el diente nunca fue nuestra ignorancia, sino una ignorancia prefabricada, sintética, un pelele, un cebo. Así pues, es preciso señalar los peligros de dejarse llevar por un discurso interno o externo que naturalice esta clase de procesos contra-sígnicos.

    En los estratos psicológicos profundos, es muy común, por ejemplo, confundir la contraseña con el secreto, pese a ser dos cosas muy distintas. El secreto es una cualidad de la información y la contraseña es un fenómeno transitorio por el cual se accede a una información. La contraseña puede ser secreta (de hecho, casi siempre lo es), y un secreto puede ser eventualmente utilizado como contraseña, pero es crucial entender, para distinguirlos, que el secreto no puede ser contraseña sino a través de la utilización de dicha información secreta. No la revelación sino la utilización, para los propósitos accesorios de la contraseña. Por ejemplo, para acceder a un McDonalds construido con diamantes en la cúspide de uno de los rascacielos de Nueva York se nos puede exigir una contraseña (secreta) que consista en decir la ubicación de la Atlántida (otro secreto), pero aún así lo que promete la contraseña no es la Atlántida sino el acceso a dicho McDonalds. La existencia del McDonalds diamantino puede ser un secreto también, y podemos darle muchísima importancia a la información contenida en la contraseña, pero lo que estamos haciendo no es ir a la Atlántida sino entrar al McDonalds a través de la utilización de esa información: la ubicación de la Atlántida. La contraseña, por tanto, actúa como soporte de acceso y, como tal, anula momentáneamente el significado y la relevancia de lo expresado en ella. Es funcional, auto-devaluadora, utilitaria. El secreto, por su parte, supone simplemente la promesa de una información, mientras que la contraseña es lo que se interpone entre esta información y nosotros, pero no necesariamente tiene nada que ver con dicha información. 

    Para distinguirlos, hay que preguntarse acerca de la estructura de las complicaciones que presenta el acceso a la información (la información secreta o la información vedada a causa de la contraseña). Si el acceso, por muy angosto e insondable que sea, presenta las muescas características de una construcción premeditada, entonces se trata sin ninguna duda de una contraseña. Sin embargo, si estamos ante un umbral que no fue construido sino simplemente encontrado y cuyo hallazgo genuino se mantiene visible a través de los posibles errores derivados de su transmisión por los medios disponibles, tenemos un secreto ante nosotros. La construcción premeditada de contraseñas es recurrente, obsesiva, se deleita consigo misma y con su poder confundente. En cambio, incluso el secreto más recóndito resplandece con sencillez y nos aguarda. La contraseña no nos aguarda: nos desafía. Nos tienta. La contraseña no es un camino cortado , sino un camino que que sólo puede continuarse si se dispone de la información necesaria, y por eso nos cautiva.

    En definitiva, la contraseña se ha de atravesar para sólo después comprender algo que no necesariamente está relacionado con ella, y es en este empeño por atravesarla cuando más vulnerables somos, porque hemos puesto nuestro afán profundo de descubrir una verdad a disposición de las complicaciones utilitarias y arbitrarias que puedan constituir la contraseña. En cambio, el secreto acompaña, y es revelación desde el principio hasta el final: desde que se nos plantea como secreto hasta que se nos desvela, o incluso aunque no se nos desvele nunca. Confundir una contraseña con un secreto implica atribuir capacidades reveladoras a un fenómeno transitorio, accesorio y funcional. Quien se ejercita en la resolución o el planteamiento de  contraseñas se convierte simplemente en un aficionado al oscurecimiento y la comprensión dificultosa. Sin embargo, quien se adentra en los secretos, en pos de lo desconocido, es un ángel, un alma aventurera y todavía conserva la curiosidad.



escena de la película de ciencia ficción, Cube
Fotograma de la película "Cube"

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