Hoy queréis libertad, mañana tendréis resaca

En ‘El Testigo’ hemos padecido grandes tormentos a causa de las polémicas contemporáneas y los eslóganes de moda, enredándonos muy a menudo en toda clase de discusiones estériles y de debates inextricables, contorsionando nuestro verbo en vano y desquiciando nuestras mentes al tiempo que arruinábamos nuestras, por lo común, escasas y desencajadas energías.

En otras ocasiones, sin embargo, también nos hemos sabido entregar a la sana crítica y al frío análisis, sin militar obtusamente en esa mal llamada equidistancia, que consiste únicamente en señalar la falta de una conciliación entre argumentos radicalmente opuestos como un argumento en sí mismo, y en negar, a través de esta ausencia, todo posicionamiento posible, pues si la falta es argumento la retirada es victoria; pero sí generando y explotando un espíritu audaz, creativo e indócil, condición innegociable, contra el eclecticismo de la equidistancia, del escepticismo más intransigente. A través de este escepticismo tomamos las verdades como elementos constitutivos de los hechos del mundo, y no como artículos de fe de los hombres o como deslices acumulativos y parcialmente absolutos. Ahora bien: qué sabremos nosotros lo que son los puros hechos del mundo.

Debemos confesar, lamentablemente, que cuanto más nos hemos acercado a la verdad y a la justicia más nos han castigado con la mentira y la beligerancia, o peor aún, con la indiferencia, pues quienes osan a escamotear los compromisos y los objetivos que se imponen a través a de una serie de agrupaciones ideológicas auto-conmemorativas rara vez son apreciados por la sociedad en su conjunto, por la masa humana anhelante de un sistema definitivo de opiniones cerradas que evada la gran mancha de lo desconocido que amenaza sus vidas. O dicho menos sutilmente: nos hemos posicionado muchas veces a favor del anti-gregarismo, pero siempre muy cívica y moderadamente, no a merced de la disolución atomizante sino en favor del libre pensamiento. En ‘El Testigo’ creemos que la anarquía es a la soberanía del espíritu la imposición de un orden de cooperación social constructivamente beligerante.

Sería difícil, en cualquier caso, relacionar ampliamente la libertad de pensamiento con la libertad de opinión, pues cuanto más libres de opinar somos los seres humanos, menos libres somos para pensar, ya que a todo gobierno le interesa, no tanto el que no cacareemos, como el que cacareemos todos lo mismo; o cada uno una cosa diferente, lo que en términos prácticos es indistinguible. Así los eslóganes se convierten no en una verdad predicada sino en una infinitud de disparates conceptualmente distintos, a causa del necesario vacío de significado de todos los eslóganes, pues si un eslogan llegara a significar algo ya no sería un eslogan, sino a lo suma una premisa o un axioma. Un político puede predicar una idea emblemática, por ejemplo, la idea de la “LIBERTAD”, pero como rara vez especifica a qué llama “LIBERTAD”, lo que beneficia a sus propósitos, dado que especificar es limitar el potencial identitario de una idea entre la población,  cada individuo concreto de entre los millones de votantes que terminarán predicando esa idea –o consumiéndola, ya que un eslogan se puede comprender también como un artículo abstracto de consumo sin objeto inmediato que referencie; la publicidad convierte, al contrario, objetos inmediatos en artículos abstractos, en ideas y formas abstractas de vida que tienten el bolsillo de los consumidores– estará predicando, en el fondo, una idea distinta; malinterpretar, conducir a la ambigüedad a partir del vacío de significado, es cautivar por medio de la oscuridad, usando en parte la propia oscuridad como cebo y en parte como telón bajo el cual esconder el anzuelo. 

Otro asunto sería categorizar en función de su nicho de mercado y la dirección de su signo a los eslóganes, tarea que sería ajena a las intenciones de este artículo, más allá de querer reseñar otros eslóganes, mucho menos dúctiles y envolventes que el de la “LIBERTAD”, tales como son los diferentes alzamientos contra el “FASCISMO” o la “SERIEDAD” de un “GOBIERNO SERIO”. La “LIBERTAD”, abstracción pura, ectoplasma inmediato, libre de encarcelamientos categóricos y definiciones limitantes, podría significarse de cualquier forma, precisamente porque no necesita significarse, ya que no apela verdaderamente a un concepto, sino a un sentimiento, a una necesidad de diversión catártica y a una pulsión de vida. Esta “LIBERTAD” compromete a una pasión por la vida, pasión sincera aunque entumecida, pasión manipulada y parasitada, dirigida y azuzada con fines políticos y partidistas muy concretos. Ahora bien, todos los eslóganes son formas de pastoreo que inducen a estados de hipnosis muy profundos y maniqueos.

Este gregarismo de gritar todos algo significativamente distinto mientras usamos las mismas palabras, decimos, persigue el único fin de que cada cual contente su particularidades sin sentirse del todo aislado por sus rarezas. Con la “LIBERTAD” lo que se busca no es tanto un soniquete popular y festivo que pueble en tumulto las calles a fin de hipnotizar los oídos por los cantos, como parasitar el tumulto a través de una representatividad diagonal, una representatividad que no apele a nada real, sino a una emoción básica, a un miedo atávico o a una esperanza irracional. Las ideas, por simples que parezcan, al efectuar su propio mito, tomando referencias de narraciones y sentires míticos e ideológicos colindantes, al convertir el mito en un artículo de consumo que luego cada uno puede condimentar a placer, se convierten en historias, en historias épicas llamadas a trasladarse del campo de la persuasión al campo de la realización, esto es, en inercias poderosísimas: lo que antes nos parecían tan sólo unas hipnosis muy ridículas ahora se han convertido en verdad efectiva, y cuanta más verdad efectiva alimenta un eslogan más irresponsable y pernicioso es, pues priva de una verdadera libertad por comprensión soberana al alimentar pasiones febriles y odios viscerales. En los Nuevos Evangelios y en algunas dictaduras contemporáneas tenemos buenos ejemplos de esto. 

Los periodistas de ‘El Testigo’ no quieren saber nada de hipnosis de masas ni pastoreos de inercias; ellos tienen sus propias hipnosis que destruir y sus propias inercias que enfrentar. Saben también que toda discusión a propósito de los eslóganes, las hipnosis y las inercias es una pérdida elemental de tiempo, pues nadie cambia de opinión sólo porque, en una discusión, el oponente tenga mejores argumentos, o porque insista más con sus malos argumentos. Ni siquiera un artículo brillante puede contrarrestar los efectos de una hipnosis básica en los hombres, pues para que éstos se hicieran conscientes de sus hipnosis necesitarían de hipnosis más potentes y benignas, menos adictivas, una metadona hipnótica que los desenganchase poco a poco de sus hipnosis anteriores: la trampa de la hipnosis consiste en hacernos creer que antes de la hipnosis no teníamos nada, lo que es naturalmente falso, pues antes lo que teníamos, en el peor de los casos, eran hipnosis obsoletas o menos eficientes, a la vez que la necesidad de nuevas hipnosis. 

Nos despedimos por ahora, nuestro periodismo mesiánico y abstracto no es bienvenido: los periódicos han volado por las calles, sobre nuestras cabezas, arrastrados por el viento imponente del norte; miles de tweets han sido publicados en un instante, saturando nuestras miradas y colmando de nulidades nuestros pensamientos; todos os habéis emocionado con los discursos, leído las noticias y las opiniones y fantaseado con las miles de fotografías. Por fin sois libres. Que os cunda. Nosotros nos retiramos, por fin, pues un buen argumento es un mosquito, pero un mal eslogan ya es un avión.



De Jacques Louis David Napoleón a caballo
Napoleón cruzando los Alpes, de Jacques-Louis David


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