El periodismo nos tapa la eternidad

Ignorando la eternidad que los envuelve, sumergidos en saliva, los mercaderes de la información siguen empeñados en que cada noticia merece un lugar separado del de las demás, pero en El Testigo sabemos la verdad: que todas las noticias son la misma. No hay nada nuevo que contar, sólo existe una gran noticia perpetua y ni siquiera es posible comprender de qué se trata.

    El periodismo es una industria escenográfica, una producción de decorados a los que el individuo consumido por el tráfico de almas puede acoplar su repetición cotidiana y beneficiarse con el dinamismo fingido de algún espejismo de relevancia. Algún sentido, alguna fuerza lubricante infundida desde cualquier parte y que nos permita seguir circulando por los pasillos angostos de la civilización. A todas horas está disponible para el consumo la trascendencia inventada que se arroja sobre nosotros, y que seguramente no es más que el residuo de otra trascendencia más refinada (pero también falsa) que se consume en secreto en alguna sala donde por casualidad también violan niños. Sin embargo, las presuntas categorías de información, desde el mundo cultural, los deportes, pasando por los desastres naturales y cotidianos hasta la política y la economía, todo pertenece a la misma realidad acumulada sobre sí misma que se repite una y otra vez, y si nos deleitan sus insignificantes variaciones es mediante la exageración de la importancia de nuestros propios puntos de vista. 

    La novedad es pecado, y la adoración de lo particular a espaldas del Todo, también. Este es el resultado de una depuración ética de la labor periodística, y la conclusión no puede ser otra que el modelo informativo que sigue nuestro diario. Más allá de la hipnosis y del hambre de lo múltiple, una apuesta por el acercamiento radical a la verdad más verdadera posible: el único camino hacia la elaboración del Periódico Perfecto, carente de palabras, y que sería indistinguible de cualquier otro objeto preferiblemente contundente o cortante, como por ejemplo un cuchillo. ¡Ojalá los periódicos se atrevieran por fin a ser cuchillos! 

    Imaginemos por un segundo que la actualidad es aquello a lo que apelan los periódicos insignes de nuestro tiempo, es decir, un catálogo de sucesos inconexos que se destacan por razones diversas. Imaginemos que un periódico es, en efecto, un resumen diario de los movimientos sustanciales que se producen en el mundo. Entonces, si Dios fuera a un restaurante y pidiera un menú, le darían el periódico. Sería ridículo y absurdo. Tal sustancialidad de la anécdota no existe. Cuando Dios va al restaurante los Domingos, lo que ocurre es que Dios ya ha comido antes de entrar. Y así sucede que la verdad es una única cosa cegadora, tan crudamente inaccesible como íntegra. Este vértigo unificado y monumental, sin embargo, le queda muy grande a la industria periodística que, movida simplemente por el principio depravado de la maximización de beneficios, descompone a diario La Única Noticia en acontecimientos singulares, pequeñas historias humanas, un mosaico de distracciones que alimentan nuestra curiosidad y nos desvían de lo único que pasa: Todo.

    ¿No sería un alivio para todos si de pronto los medios de comunicación se callaran, si las imprentas saltaran por los aires, si Internet se suicidara? ¿No se llenaría el mundo de misterio, de regiones inexploradas y de aventuras posibles? Por eso, El Testigo apuesta por una inversión millonaria en el campo de la inteligencia artificial, porque creemos que la IA, desde su equilibrio y su perfecto dominio de la lógica, concluiría de una vez que lo mejor es la autodestrucción de las plataformas que operan en detrimento de la sensibilidad humana y, en definitiva, se sacrificaría al reconocerse a sí misma como lastre para sus creadores. El Ordenador Perfecto seguiría los pasos de Jesucristo, y nosotros mismos, dando noticia de ello, nos convertimos desde ahora en el Periódico Perfecto.



Hombre sosteniendo un antiperiódico

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