La ciencia recomienda secuestrarse a uno mismo

A los periodistas nos impresiona mucho la ciencia, esa congregación de máquinas y hombres que registran el cosmos, que se agachan sobre las cosas o se estiran hacia ellas pero -¡ay!- de pronto se retiran para hacer sus cálculos, y finalmente regresan murmurando evidencias (de las que todo el mundo se beneficia muchísimo). Así, los números se convierten en gestos, en utensilios diarios, en sueños y, mientras los curas se muerden las uñas, la ciencia estimula nuestra sociedad y la perfecciona inevitablemente. Hay que reconocer que los periodistas a veces nos sentimos tentados a imitar la mueca del hombre de ciencias. Nos miramos al espejo entornando los ojos, imaginando cómo nos quedarían unas gafas o una bata blanca. Al fin y al cabo no son disciplinas tan diferentes. ¿No son el periodismo y la ciencia dos proyectos que consisten en la disminución progresiva de lo que ignoramos? ¿Acaso no logran esto de la misma forma acumulativa, mediante el señalamiento continuo de verdades parciales? Para formularlo como si fuera un aforismo (una frase que prefiere sobrevivir antes que ser dicha), podría decirse que tanto los periodistas como los científicos tienen fe en los fragmentos.

Creemos que ésta pudo ser la razón por la que el pasado martes uno de nuestros reporteros se sintió repentinamente invadido por un espíritu científico, y decidió llevar a cabo una pequeña investigación de la que no queremos privar a nuestros lectores. Si gozamos de una audiencia escasa pero respetable es gracias a nuestro compromiso inquebrantable con lo que puede matarnos, es decir: la realidad. De modo que a continuación publicamos los apuntes de este periodista empeñado en usar su cerebro, que describen con detalle todo lo que sucedió mientras se encontraba en la intimidad de su experimento.

Hipótesis:

Estando en la cama pensando en la sucesión de hábitos dudosos en que se ha convertido mi vida, de pronto comprendo lo que debo hacer: me ato las manos antes de irme a dormir. Quisiera comprobar si esto altera de algún modo el contenido de mis sueños o mi comportamiento. A lo mejor si duermo maniatado soñaré con más fuerza. A lo mejor podré tener sueños más acertados o, al despertarme, podré distinguir el descanso de la liberación: dos sensaciones que se confunden espontáneamente cada vez que empieza el día. Habré descansado, pero al ver mis manos inmovilizadas no podré olvidar que soy el  mismo autómata que fui el día anterior. Por las mañanas es cuando más energías tenemos para mentirnos a nosotros mismos. Traemos el ímpetu renovado, pero ese ímpetu se pone de inmediato al servicio de la continuidad de todo lo anterior. Despertamos capaces de afrontar el nuevo día: sí, pero generalmente esa capacidad consiste en la disposición para repetir lo que nos precede. En definitiva: me ato las manos y me echo a dormir para ver qué pasa.

Primera noche

No sucede nada notable durante la noche: tan sólo incomodidad, una vaga sensación erótica y un estado de duermevela ligera. No logro recordar el contenido de mis sueños. Fracaso total. Al despertarme, eso sí, me encuentro con las manos amoratadas y me acuerdo de la firmeza y la profundidad de mis propósitos. El día transcurre exactamente igual que el anterior. Mis vicios y mis virtudes siguen depositadas en el mismo sitio en el que estaban ayer. Cuando llega la hora de volver a la cama, decido atarme las manos con menos fuerza e introducir una variante más: me ato también los pies.

Segunda noche

Sueño con ángeles que tiran de mí en todas direcciones. También sueño que soy una serpiente, pero en todo caso una serpiente gozosa, contenta de arrastrarse por los rincones de mi sueño. A menudo me doy cuenta de que estoy soñando y hago algunos amagos de preguntar algo importantísimo. Al despertar, ni siquiera me deshago las ataduras inmediatamente. Espero un momento hasta saborear la conciencia de mis limitaciones. Desayuno mis limitaciones. He logrado traer a la consciencia una cantidad insuficiente de extrañeza: durante todo el día me acompaña una especie de advertencia risueña, aunque sigo equivocándome y degradándome con total naturalidad. No rectifico nada en particular. Me dejo ir: paso horas en las aplicaciones del móvil, asistiendo a la extraña combinación de obras de arte y niñas moviendo el culo que el algoritmo me ha preparado, llueve pero no miro la lluvia por la ventana, pierdo el tiempo insufriblemente. Puesto que los resultados me parecen todavía muy leves, al final del día decido pedir a mi pareja que me envuelva en cinta adhesiva como si fuera una momia, porque deseo llevar el experimento hasta sus últimas consecuencias. Al final sólo quedan a la vista mi nariz, mis ojos y mi boca.

Tercera noche

Las evocaciones de mis sueños se vuelven más agitadas e incomprensibles. Sueño que estoy sumergido en una sopa gelatinosa y brillante, una voz me dice que soy el ingrediente estrella en el plato que van a servirle a un personaje muy imponente, al que se refieren como El Cliente Universal. Al parecer estoy mezclado con sopa de dragón y cartílagos de unicornio. La pesadilla continúa ya en el banquete, cuando soy engullido por este ser que sólo podría describirse como un inmenso vacío que sostiene una cuchara, y me siento envuelto en tripas oscuras, transportado por el interior de un organismo sin fondo. Luego me despierto súbitamente, tirado en el suelo como un gusano, con la frente sudorosa. Por un momento me asusto al verme inmovilizado así, pero en seguida recuerdo el experimento y vuelvo a la cordura. Retirar los vendajes es largo y doloroso, lo que me permite reflexionar acerca de las cosas que me preocupan: mi avidez por el alcohol, el posible divorcio, un personaje de nivel 56 en un videojuego. Me paso toda la mañana separando melancólicamente las tiras de cintas adhesivas de mi piel, arrancándome poco a poco esa segunda piel, la piel del explorador del universo. Cuando termino me siento tan cansado y dolorido que paso el resto del día postrado en el sofá, sin fuerzas para hacer nada malo ni tampoco nada bueno. En vista de unos resultados tan poco prometedores, al atardecer comprendo que debo terminar mi experimento por todo lo alto. Hay que arriesgarse. La última noche tiene que producirse en un estado de inmovilidad aún mayor. Después de varias horas pensando en una posible forma de aumentar mi compromiso con la ciencia, me asomo a la ventana y veo las espaldas fatigadas de los obreros que acaban de retirarse de los andamios de la acera de enfrente. La suerte está de mi lado: lo último que hicieron fue llenar de cemento un enorme agujero que había en el suelo. Rápidamente, me pongo unas gafas de buceo y un tubo de esnórquel para poder respirar, me deslizo hasta esa piscina de parálisis y me dejo caer boca arriba sobre ella. Mientras mi cuerpo va entrando lentamente en la sustancia yo me voy adormilando. La sensación del cemento endureciéndose en torno a mi cuerpo es casi arrulladora, es el abrazo más fiable y consistente que he recibido nunca.

Cuarta noche

Esta vez los sueños son tan vívidos que se vuelven asfixiantes, como si fuera el grado de inmersión lo único que convirtiese el sueño en pesadilla. Sueño que estoy en una manifestación y que sostengo una pancarta en la que pone "MOVIMIENTO". Estoy en una calle transitada y llena de gente con ideales afines a los míos, me siento en comunión con ellos, dedico mis fuerzas a una causa humanitaria, me deshago en problemas de índole social. Sueño que al fin he encontrado la compañía adecuada: personas reivindicativas, que se interesan por lo mismo que yo y que desean impulsar el mundo hacia delante con sus buenas intenciones. Nuestro plan es perfecto. Oigo coches pasando a mi lado, grupos de jóvenes gritando a mi alrededor, haciendo fotos, y muchas personas bebiendo alcohol, riéndose y meando cerca de mí. Escucho pitidos ensordecedores y también tengo una sensación intensa de embotamiento, como si estuviera a punto de darme el dolor de cabeza más agudo de toda mi vida. En algún momento, alguien empieza a disparar una ametralladora en medio de la manifestación y me despierto de golpe. Descubro que en el mundo real también estoy rodeado de gente, aunque todavía no ha amanecido. Mientras la multitud me rodea, unos bomberos tratan de taladrar cuidadosamente la masa que me envuelve, intentando no herirme. Entonces lo recuerdo todo. Mi cuerpo ha quedado semihundido en el cemento y sólo me asoman la barriga y las puntas de los pies. Escucho todo tipo de comentarios dirigidos a mí. La indignación, la burla, la lástima: un delincuente, un payaso, un loco. Pero a ninguno se le ocurre que pueda ser un científico, un artesano del progreso, alguien que desea ampliar a toda costa el conocimiento humano. Una vez que han conseguido sacarme de allí con apenas unos pellizcos y unos rasguños, intento explicarle a las autoridades la nobleza de mis propósitos, y mientras se me llevan a comisaría doy por finalizado el experimento.

Conclusiones

Esta investigación sugiere al menos dos tipos de conclusiones. Por un lado, las relativas a lo que sucede durante el sueño, y por otro lado las relativas a lo que sucede al despertar.

1. Teniendo en cuenta las distintas formas de inmovilidad a las que me sometí en cada una de las noches, es evidente que mis observaciones apuntan a una correlación entre las sensaciones físicas y el contenido de los sueños. Sin duda, este experimento abre camino para futuras investigaciones: por ejemplo, cabe la posibilidad de crear una cámara de estimulación fisiológica que sirva para pilotar los sueños ajenos, como una nave espacial cuyo motor sea un cuerpo durmiente. La consola de mandos de este hipotético vehículo tendría que disponer de todo tipo de resortes que producirían sensaciones diversas en dicho cuerpo: plumas, alfileres, pequeñas mangueras, fuentes de calor, etc. Los límites éticos de este invento podrían estar bien definidos por sus propias limitaciones prácticas: nunca podría convertirse en una cámara de tortura, puesto que la persona torturada se despertaría, impidiendo que el "oniromóvil" siguiera funcionando.

2. Despertar maniatado, embalsamado o paralizado es un estímulo simbólico muy poderoso que, gracias a su carácter sorpresivo, podría incitar grietas de autoconsciencia matutina capaces de frenar la repetición automática de conductas. Con la mentalidad adecuada, esto que llamaremos "la terapia somnolítica" es una buena herramienta para la contención o la supresión de hábitos perniciosos y no intencionados, y la ciencia no puede más que recomendar estas prácticas a todo aquel que desee ser dueño de sí mismo. En cualquier caso, y aunque nuestros resultados son concluyentes, es cierto que todavía no queremos alentar a las masas a que se  entierren vivos (¡eso nunca!), puesto que aún no se han probado los efectos beneficiosos de enterrarse vivo. Ante todo es preciso conducirse por la vida con prudencia, moderación, sensatez, y todas las demás formas de miedo civilizado. Por eso, en ningún caso creemos aconsejable llevar dichas prácticas al extremo al que se llevaron en el presente experimento, puesto que se trataba de comprobaciones rutinarias y de rigor, sólo aptas para científicos, y realizadas únicamente con el propósito de conferirle a nuestras hipótesis la dignidad de la teoría.

Llegados a este punto, sólo queda insistir en el carácter provisional de este estudio, que deberá exponerse ahora al criterio y las observaciones del resto de la comunidad científica. El autor, por lo demás, estará encantado de ampliar o corregir todo aquello que se revele necesario a la luz de este proceso tan saludable. Y quizás, tal y como se ha hecho saber a la policía y a las autoridades del ayuntamiento, algún día el autor será recordado como una de las "sombras necesarias" para el progreso  de la humanidad. Aquel loco que buceaba en el cemento era en realidad la vanguardia de nuestro conocimiento, y realizaba una contribución esencial a disciplinas como la aeronáutica o la medicina. Quizás algún día su nombre figure en los libros de historia como el inventor de la cosquilla cuántica, del rayo tergiversador, de la onironáutica, de la somnólisis. "Pese a su metodología obscenamente empírica -dirán los profesores de universidad-, tuvimos que rendirnos al oleaje de cálculos y comprobaciones que, para nuestra sorpresa, ratificaron todo lo que él había esbozado".


La ciencia velando al periodismo.


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