Ultraenamoramiento y suicidio

Cuando un ser humano cruza la frontera del enamoramiento común y llega a enamorarse de sí mismo hablamos de ultraenamoramiento. Un sentimiento tan profundo que barre por completo las perspectivas narcisistas del propio individuo y lo convierte en una persona completamente diferente, con unos intereses y comportamientos distintos. Un amor tan intenso que puede hacerlo enloquecer o desgastarlo hasta convertirlo únicamente en una mano y un miembro. Sería un error pensar que el ultranenamoramiento sólo existe en la mitología, pues lo cierto es que cada vez hay más gente enamorada de sí misma, hasta tal punto que sólo consiguen saciarse con larguísimas horas de masturbación indecente, acalorada, tétrica y morbosa. Mientras que los enamorados se besan en los parques, esto seres infames e iluminados se masturban con luz frente a un espejo, admirando cada parte de su cuerpo, desde propio rostro, su cuello, su piel; todas sus imperfecciones. Para ellos no existe nada en su propia biología que no sea apetitosa. No hace falta ser un adonis para pertenecer a este grupo tan disperso y onanista. Es una nueva tendencia humana en cuanto a amor propio se refiere y por ello estamos fascinados con que exista gente así. Al final, lo único que podemos elegir es la forma menos aburrida de perder el tiempo.

El ultraenamoramiento surge después de un intenso rechazo hacia las relaciones sociales, por ello muchos enamorados de sí mismos son antisociales, marginados y desviados de todo tipo. Naciendo de sus corazones el desprecio innato al sexo opuesto, o en algunos casos al sexo al que pertenecen. Todo esto parece una auténtica contradicción, pero es comprensible porque lo único que les importa en el mundo son ellos mismos. También es una cuestión completamente absurda si lo planteamos desde el punto de vista biológico: nadie puede odiar algo de lo que participa ni algo que desea... Sin embargo, el deseo de estos metahumanos es distinto, surgiendo de un desvío psicológico: una enfermedad. Esta nueva especie de humanos se dedica a alimentar todas las facetas de su persona, su ego, su imagen pública y sus deseos carnales, aunque todo ello les resulte en el fondo insatisfactorio y hasta el propio hecho del coito manual les parezca melancólico, nostálgico e incluso doloroso. Miles de ultraenamorados tienen heridas en sus propios genitales por culpa de la desenfrenada masturbación compulsiva. ¿Son acaso estas personas discapacitadas? Hace falta añadir que los ultraenamorados, por muy enamorados de sí mismos que estén, suelen estar deprimidos, por no hablar del suicidio que muchos cometen, porque muchos ultraenamorados se suicidan después de unos pocos años de juventud. Así mismo, la propia percepción de la vejez los carcome y pudre. Por ello, pocos de estos discapacitados tarados y pajeros llegan a la vejez.

La auto-idealización los lleva a enamorarse de sí mismos, pero no por ello a enamorarse del ser humano. Mientras que en este caso especial es prácticamente una filia que roza la enfermedad, en el caso de que se enamorasen de la humanidad hablaríamos no de simples morbosos, viciosos y babosos, sino de amables altruistas con una misión en el mundo. No distinguen entre deseos y realidad. Este hecho les causa muchos problemas de índole práctica, ya que al no distinguir estas cuestiones se ven constantemente fantaseando consigo mismos como si fueran dioses de algún templo. Sus mismas virtudes son tan sólo vanidades, y sus defectos son cicatrices en búsqueda de una perfección que nunca alcanzarán. Perfección particular y egocéntrica, pero perfección a fin de cuentas. Su apetito sexual es sublime e inacabable y la libido tan alta que no pueden evitar en cualquiera de sus momentos de soledad alimentar su negra rata del placer. 

La depresión que los consume es por otro lado un motivo de angustia constante. Al reconocer en algún momento de lucidez su propia soledad sólo pueden verse como parásitos dentro de su propia concepción de sociedad. Pero cuando un ultraenamorado despierta es para decir adiós. No tienen relaciones personales con nadie ni se llevan bien con su núcleo familiar, y escogen trabajos solitarios y monótonos que, poco a poco, los hace enloquecer de infelicidad. Son ellos mismos quienes han creado su propia catástrofe manifiesta. La depresión va aumentando a cada ritmo, latido, pálpito y pestañeo.  El vacío reza en su estómago y el corazón lo retroalimenta, de forma que nunca se sacian de su propia infelicidad. Siempre van buscando más infelicidad y por ello a lo máximo que pueden aspirar, y también lo máximo que encontrarán, será la muerte como finalización de todo el ritual humano.

¿Cuándo es el fin de los farsantes y cómo cae un ultraenamorado del montón? Sucede de forma muy natural e inevitable. Si el ultraenamorado llega a entender que su propia vida ha sido una estafa que ellos mismos han aceptado, entran en un estado tan intenso de tristeza y de hiper-realidad que sólo pueden fantasear con la idea de acabar con sus vidas. El suicido de los ultraenamorados no es ceremonioso ni premeditado, más bien ocurre como una auténtica desgracia: un paso en falso, un cuchillo que se resbala por sus venas, una cuerda que, curiosamente, estaba en la puerta esperando... o la estupidez de pensar que las pastillas eran sólo caramelos. Toda la espantosa y triste forma en la que se despiden del mundo los muestra como auténticos desesperados y como farsantes. Y si los ultraenamorados son discapacitados, ¿es acaso motivo de burla que un niño con síndrome de down se suicide?

No obstante, todavía podemos hablar del ultraenamorado idílico. Una persona que nunca ve la luz, que nunca duda y que logra sobreponerse a los ritmos de trabajo industrial. Esta persona está escondida entre nosotros, lleva canas, no es joven, pero disfruta de todo lo bueno que puede existir: se hace regalos, se ducha en leche de avena, y se permite el lujo de ser feliz. Esta criatura existe porque si no lo hiciera nadie más podría existir. Esta persona vive porque si no lo hiciera a nadie le estaría permitido vivir. Un ultraenamorado real y humano. Alguien que convierte su soledad en una virtud, sus deseos en una realidad y sus momentos de tristeza en pequeñas anécdotas poco memorables que se diluyen entre alcohol caro, comida cara y largas sesiones de sexo autoinflingido. El rey de los imbéciles. 

Sólo nos queda rezar para que todo la humanidad se pudra entre falsas promesas, amores infames y cortos, tristezas desesperantes y lamentos pornográficos, lacrimógenos y patéticos. Que se pudran por un amor que nunca encontrarán en otras personas.  Sólo nos queda esperar a que caiga el último enamorado de verdad, que su boca se convierta en mierda, que sus ojos se cieguen y que las manos entrelazadas sean cadenas por donde trepar hacia la inexistencia. Porque si de algo estamos seguros es de que nadie merece ser feliz. Y de que la masturbación es una forma tan cara y peligrosa de evadirse que deberíamos considerarla una de las actividades delictivas más deshonrosas de la humanidad.


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