¿Es la izquierda el funeral de las utopías?

 Estoy escribiendo mi Ética, oigo que asesinan a un hombre en la puerta de mi casa y sigo escribiendo mi Ética.

SPINOZA

La izquierda intelectual: ¿cerebros heroicos o santurrones hipertrofiados? Por lo que a mí respecta, siempre les descubro mimando sus términos, poniendo la gramática fuera del alcance de los miserables de los que se preocupan: cuidando más el vocabulario que la sociedad. La saturación terminológica y la soberbia maquinal de sus discursos le da un aire mecanicista o determinista a sus posturas, con las deficiencias éticas que eso supone precisamente para ellos, que adoran la ética. Una maquinaria de injusticia social objetiva impide la asignación y modulación de responsabilidades subjetivas, y más aún: impide el propio sentido de dichas responsabilidades. ¿Cómo se van a dar consejos entre sí las agujas del reloj? Es la eterna dicotomía entre lo sistémico y lo anímico. En cristiano: cuanto más se parece el mal a un reloj, más difícil es creer que puede detenerse. Y para colmo, tanto engranaje explicativo de la miseria acaba por deslizar la sensación de que la miseria es armoniosa, o bien de que sería deseable obtener primero un análisis armonioso de la miseria antes de tratar de ocuparse de ella. Pero si es la buena teoría lo que ha de conducir a la buena práctica, entonces el aislamiento entre las esferas del conocimiento y la bondad es total: incluso la buena teoría conduce principalmente a discusiones y conflictos teóricos, pero la bondad consiste justamente en poner el conflicto en dirección a su fin. En todo caso, y si fuera cierto que acabar con la miseria depende de hacer primero un buen análisis de esa miseria, este análisis debería incluir en su concepto de miseria a los miserables que sufren y perecen durante la propia elaboración del análisis.

La buena praxis en sentido genérico y no cotidiano (es decir, no salvar a un perrito abandonado sino aquella que se destilaría como producto de los análisis de la izquierda intelectual, y a la que apuntan dichos análisis) es inexistente para sus propios defensores. Los autores no actúan. Por tanto, tienen fe: tienen fe aunque no lo crean, puesto que creen ciegamente en alguna consecuencia moralizante del periplo intelectual que, de paso, les sirve de subsistencia económica. Tienen fe en las teorías: sus personajes erosionados. La praxis para ellos es algo que debe existir entre los eventos sociales de autoconfirmación y las copas de después, entre la charla benéfica y el congreso al que invitaron a quien hace 30 años era un crítico sagaz del capitalismo y ahora es un gordinflón abstruso que pregunta dónde está el baño cada vez que entra a un edificio. Esa es la definición del intelectual de izquierdas: alguien capaz de analizar la miseria humana pero incapaz de encontrar el baño por sí mismo. Incapaz de cruzar por sí mismo los pasillos que lo separan de la banalidad. Incapaz de aventurarse en busca de algo completamente banal y necesario. Además, ¿no es vanidad creer que se puede analizar el mal desde dentro sin que el análisis quede de alguna forma trastocado? ¿Cómo sería posible que los habitantes más bienintencionados del infierno encontrasen un significado para sus intenciones que fuera más allá del propio mal? ¿Cómo saben los habitantes del infierno que cambiar el infierno por el cielo no es el mal? Y si se trata de una proyección imaginaria más allá de los límites conocidos: ¿qué es primero, la utopía o el séquito de apuntaladores teóricos que la parasitan y acompañan hasta la confirmación de su completa y ridícula imposibilidad? ¿Es la izquierda el funeral de las utopías?

Si hay algo seguro en la profesión del pensar político, es que pensar hacia la izquierda o hacia la derecha engorda el vientre y los bolsillos. Ser de izquierdas o de derechas no cambiará el mundo pero sí cambiará tu metabolismo. La vida de un pensador político implica una juventud agitada y estimulante, una madurez soñolienta y una vejez envuelta en pañales teóricos. Cuando, tras años de jolgorio pensativo y cebadizo, las dinámicas de intelectualización de lo común cristalizan en el pensador político veterano, la incontinencia teórica es tan apabullante en estos sujetos que parecen estar, en el plano abstracto, meándose y cagándose encima continuamente. Puercos viciosos. Turbolacónicos, criptófilos y suspirescentes. Sesos lánguidos y pantanosos. Mientras el contenido de su pensamiento dice “¡atento! ¡actúa!”, la forma dice “¡silencio! ¡escúchame!”. Si lo que viene a llamarse derecha (detestable por razones análogas) frena posibles formas conscientes de alegría, y lo hace paradójicamente bajo la premisa de la accesibilidad universal a la riqueza y la abundancia por medio de inercias mecánicas y económicas, lo que se viene a llamar izquierda frena posibles formas conscientes de tristeza, paradójicamente bajo la premisa de la administración universal de la sensibilidad y la bondad por medio de la cháchara y los automasajes. La derecha es sólo contenido y la izquierda sólo es forma: donde una se apoya en fuerzas ciegas y acumulativas, la otra se apoya en intenciones y esbozos taciturnos. Los primeros ven una marcha triunfal hacia el paraíso donde sólo hay una estampida, y los segundos ven una resistencia heroica frente al mal donde sólo hay letanías. Por decirlo de forma mucho más clara: cualquiera de los sectores políticos es parte indispensable del mismo Aturdimiento Grisáceo por el cual se nos aleja de toda sencillez y de toda profundidad: la sencillez profunda de nuestro júbilo y la profundidad sencilla de nuestra miseria. La política es el arte de separar el movimiento de las manos. Es el arte de separar la realidad de los sueños, ya sea cercenando los sueños con inercia o mortificándolos con esquemas. Teorías, funcionamientos, instituciones donde las almas encalladas aprenden a pensar con el olvido y a olvidar con el pensamiento. ¿Cómo desempolvaremos las sinapsis extraviadas después de milenios de trampas relucientes?

¿A qué le llamas bandera si no es al estropajo sucio con el que crees limpiar la Eternidad? Cada vez que frotas la Eternidad con tu bandera creyendo hacer un bien al mundo o a los tuyos, sólo dejas tras de ti la mancha ínfima que el sueño excesivo deja en la vida. Toda identidad es un sobreesfuerzo. ¡Se os ha olvidado limpiar las banderas de formas y de colores! ¡Se os ha olvidado separar la bandera del palo al que está izada, no sea que se confundan las naciones con las erecciones! ¡Se os han olvidado las enfermedades del alma! ¡La soberbia, la ira, la avaricia, la teoría! ¡Se os han olvidado las aventuras y las esperas! ¡Se os ha olvidado que discurrir es mendigarle a Dios! ¡Se os ha olvidado, allí en las esferas intelectuales, limbo intermedio, acueducto-sanguijuela transparente que canaliza la perpetua disyunción o cópula entre las banalidades de la cúpula de poder y las banalidades de los miserables, se os ha olvidado cómo se hacía para callarse!

 

Coqueto integrante de la izquierda intelectual a punto de modificar radicalmente la realidad de su pelo. (Pablo Iglesias hijo de lupa: nacido de un padre lupa y de una madre hormiga.)

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